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QUO VADIS

hiedra y secos sarmientos de vid,—le abrió su alma y le imploró al mismo tiempo que la permitiese dejar la casa de Miriam, ya que no podría por más tiempo seguir teniendo confianza en sí misma, ni sofocar en su corazón el amor que por Vinicio sentía.

Crispo, anciano severo y lleno de fervor religioso, aprobó el plan de abandonar la casa de Miriam, pero no tuvo palabras de perdón para ese amor, que consideraba culpable.

Llenábase de indignación al sólo pensamiento de que Ligia, á quien había guardado desde el día de su fuga, á quien había amado, á quien había confirmado en la fe, y á quien miraba como una especie de lirio blanco brotado en el campo de las cristianas enseñanzas, sin que jamás profanara su candor ni el más leve soplo impuro, hubiera podido hallar en su alma sitio para otra especie de amor que el amor divino.

Había creído hasta ese día que en parte alguna del mundo latía otro corazón más exclusivamente consagrado á la gloria de Cristo. Y deseaba ofrecérselo á El como una perla, una delicada gema, una preciosa obra de arte que había pulimentado con sus propias manos. De ahí que el desencanto que acababa de sufrir le llenara de pesar y de asombro.

—Ve á pedir á Dios que te perdone tu falta,—dijo á la joven con aire sombrío.—Huye, antes que el mal espíritu instigador te lleve á tu ruína completa, y antes de que tus actos se opongan abiertamente á los designios del Salvador. Dios murió en la cruz para redimir tu alma con su sangre, y tú has preferido amar al que quiso hacerte su concubina. Dios te salvó por virtud de un milagro suyo, y tú has abierto el corazón á deseos impuros, y has—amado al hijo de las tinieblas.

¿Quién es él? El amigo y el servidor del Antecristo y su copartícipe en el crimen y el desenfreno.

¿A dónde podrá conducirte, sino á ese abismo, á esa