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QUO VADIS

dos los esclavos del prefecto Pedanio Segundo, sin distinción de sexo ni edad, porque uno de ellos había asesinado á aquel monstruo. Petronio, por otra parte, declaró claramente que el negocio le importaba poco, y que había hablado al César como particular, en su cualidad de «Arbitrio de las elegancias,» en el cual, aquella matanza, digna de Escitas, pero no de romanos, había ofendido el sentimiento estético.

Petronio, en efecto, se preocupaba poco del reconocimiento del pueblo. Este mismo pueblo, y él lo recordaba perfectamente, idolatraba á Británico, á quien Nerón había envenenado, y á Agripina, á quien hizo asesinar, y á Octavio, á quien mandó ahogar por evaporación hirviente en la isla Paudataria, después de haberle hecho abrir las venas, y á Rubelo Plauto, á quien desterró, y á Tráseas, que mañana raba su sentencia de muerte; la popularidad, pues, podía considerarse como un funesto presagio, y nuestro escéptico no dejaba de ser un tanto supersticioso... Petronio despreciaba á la multitud en su doble cualidad de aristócrata y esteta. Aquellas gentes que comían habas agusanadas y que enronquecían y sudaban jugando á la morra en las esquinas ó bajo los peristilos, no merecían el nombre de humanos...

De ahí que no diese respuesta alguna á los aplausos, ni á los besos que le enviaban á porfía. Entre tanto, refería á Marco el caso de Pedanio, á la vez que se sublevaba, indignado, contra la volubilidad de la canalla, que á la mañana siguiente de la horrible carnicería batió palmas á Nerón, á su paso por las calles que le conducían al templo de Júpiter Stor.

Luego hizo detener la litera frente á la librería de Avirno, descendió y compró un lujoso manuscrito que entregó á Vinicio, diciendo: —Hé aquí un obsequio para ti.

—Gracias,—conte—tó Vinicio.

Y luego al leer el título, preguntó: