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QUO VADIS

—Satyricon?» ¿Una obra nueva? ¿De quién es?

—Mia. Pero yo no deseo seguir por los rumbos de Rufino, cuya historia he ofrecido contarte, ni los de Fabricio Vejento. De ahí que nadie sepa nada respecto á este libro, y por eso te digo que no hables de él, como mío, á persona alguna.

—Tu has dicho que no escribes versos,—dijo Vinicio, hojeando el manuscrito como por la mitad;—pero aquí veo que la prosa á menudo alterna con ellos.

—Cuando lo leas, fija tu atención en la fiesta de Trimalquion. En cuanto á versos, me han hastiado desde que he visto á Nerón escribiendo un poema épico. Vitelio, cuando desea aliviarse de sus excesos gástricos, emplea unos dedos de marfil que se introducen en la garganta; otros se sirven al efecto de plumas de flamenco (fenicóptero) empapadas en aceite de oliva, ó en una decocción de tomillo silvestre.

En cuanto á mí, bástame leer una poesía de Nerón; el resultado es inmediato. Al instante me encuentro en aptitud de aplaudirla, si no con la conciencia tranquila, con el estómago limpio.

Dicho lo cual, hizo nuevamente detener la litera, esta vez delante de la tienda de Idomeneo, el orifice, y después de haber ajustado el negocio de las joyas, dió por fin orden para que la litera fuese conducida directamente á la mansión de Aulio.

—En el camino te contaré la historia de Rufino,—dijo luego, como una prueba de lo que puede llegar a ser la vanidad en un autor.

Pero antes de que hubiera empezado su relación, había torcido la litera por el Vicus Patricius, y bien pronto se encontraron delante de la casa de Aulio.

Un joven y fornido janitor (portero) abrió la puerta que conducía al ostium (entrada, antecámara) frente á la cual una urraca encerrada en su jaula les dió una chillona bienvenida, gritando la palabra Salve!» (¡Salud!)