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QUO VADIS

»Se me figura en ocasiones que en todo este asunto obran encantamientos de algun género y que el teurgo (mago) Pedro, aun cuando declara no ser sino un simple pastor, es más grande que Apolonio y que todos sus predecesores y que nos tiene envueltos á todos—á Ligia, Pomponia y á mi—en la red de esos encantamientos.

»Me has escrito que en mi carta anterior se traslucían la inquietud y la melancolia. Melancolía necesariamente debe haber, porque he perdido á Ligia otra vez; y hay detiento porque en mí se ha verificado una transformación. Te digo sinceramente que nada repugna más á mi naturaleza que esa religión, y sin embargo, ya no me reconozco desde que encontré á Ligia.

»¿Es esto un encantamiento ó es el amor? Circe transformaba los cuerpos de los hombres al tocarlos, pero en mí es el alma la que ha cambiado. Y nadie ha podido operar este milagro sino Ligia, ó mejor dicho, Ligia por medio de esa admirable religión que profesa.

»Cuando volví á mi casa desde el albergue de los cristianos, nadie me aguardaba en ella. Los esclavos creían que yo me hallaba en Benevento, y no habría de regresar tan pronto; de ahí que todo se hallara en el mayor desorden. Encontré borrachos á los esclavos, quienes estaban dándose á sí mismo una fiesta en mi triclinio. Antes que á mí, habrían esperado ver á la muerte, y te aseguro que ésta les habría infundido menos terror que mi presencia á la sazón. ¿Y sabes cómo procedi? En el primer momento quise pedir varillas y hierros encendidos; más casi inmediatamente se apoderó de mí una especie de vergüenza y, —lo creerás?—de lástima por esos seres miserables. Entre ellos hay esclavos viejos á quienes mi abuelo Marco Vinicio trajo desde el Rin en tiempo de Augusto.

«Me encerré, pues, en la biblioteca y allí vinieron á mi cerebro extraños pensamientos, á saber: que después de lo que entre los cristianos había visto y oido, no era pro-