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QUO VADIS

pio que obrase yo para con los esclavos como hasta entonces: que también ellos eran personas.

Y por espacio de dos días estuvieron llenos de mortal terror, en la creencia de que yo había retardado el tormento con el propósito de darme tiempo para discurrir el más refinadamente cruel; pero no los castigué, y no los castigué porque me senti incapaz de ello. Les llamé al tercero día y les dije: «Os perdono; tratad ahora con un servicio esmerado, de reparar vuestra falta » «Y cayeron de rodillas á mis pies, llorosos los semblantes, extendiendo hacia mí las manos entre ahogados gemidos, y me llamaron señor y padre; y yo —con vergüenza te escribo esto,—me sentí también conmovido. Parecíame que en aquel instante veía el dulce rostro de Ligia y que con los ojos llenos de lágrimas me agradecía ese acto.

Y, proh pudor! senti á mi vez que mis párpados se humedecían. ¿Sabes lo que voy á confesarte? Esto: que no puedo ya vivir sin ella, que esta soledad me enferma, que me siento muy desgraciado y que mi tristeza es mucho mayor de la que pudieras tú imaginar.

«Y en cuanto á mis esclavos, una cosa me ha llamado la atención. El perdón que les otorgué no solo no les volvió insolentes, sino que ni siquiera perturbó la disciplina.

«Una cosa he podido comprobar, que jamás el terror les hizo prestar servicio más esmerado que el que ha seguido á la gratitud.

«Ahora, no solo me sirven bien, sino que parecen rivalizar entre ellos á quién adivina primero mis deseos.

«Y te hago mención de esta circunstancia, porque, cuando el día anterior á mi partida de la casa de los cristianos, dije á Pablo que su religión daría por resultado el que la sociedad se desplomara como se desploma un barril al que se le quitan los arcos, me contestó: «El amor es un arco más sólido que el terror. Y ahora veo que en ciertos casos puede su opinión ser la verdadera.