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QUO VADIS

ticas, y niños, surgían del musgo y de las hojas compactas. En un rincón un caballito de bronce, inclinando sobre el agua su cabeza, verde por la humedad, parecía beber. El piso del atrio estaba pavimentado de mosáico.

Las paredes, incrustadas de mármol rojo en parte y en parte cubiertas de pinturas, representando árboles, peces, pájaros y grifos, encantaban por la feliz combinación de los colores. Los marcos de las puertas que caían sobre las piezas laterales estaban embutidos de concha y marfil; contra las paredes se erguían estatuas de antepasados de Aulio.

Por todas partes reinaba en aquella morada una atmósfera de tranquilidad y de holgura tan distante del derroche, como decorosa, y sobre firme base establecida.

Petronio, que vivía de manera incomparablemente más ostentosa y elegante, no pudo, sin embargo, encontrar allí nada que ofendiera su buen gusto; y acababa de volverse hacia Vinicio para hacerle aquella observación, cuando un esclavo, el velarius (1) corrió hacia un lado la cortina que separaba el atrium (vestibulo) el tablinum (sala de recibo), desde el cual pudo verse á Aulio Plaucio que con paso apresurado venía hacia ellos.

Era un hombre que se acercaba ya al ocaso de la vida, blanca de canas la cabeza, pero fresco aún el semblante enérgico, un tanto deprimido, en el cual dibujábanse todavía unas líneas como de águila. En ese instante advertíase en él. una expresión parecida al asombro y aun al temor, á causa de la inesperada visita del compañero, amigo y consejero de Nerón.

Petronio era demasiado perspicaz y hombre de mundo para no reparar en ello; de ahí que, después de las primeras frases de saludo, anunciara con toda la desenvoltura y elocuencia de que era capaz, que había venido á tribu(1) El que estaba á la puerta y cortina de la cámara del príncipe d amo, y facilitaba la entrada.

Tomo I
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