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QUO VADIS

Pero ella ofrecía sus dolores á Dios, y esperaba, y conflaba. Y ahora, cuando venía á herirla un nuevo golpe, cuando la orden del tirano le arrebataba un sér querido, —aquel á quien Aulio había llamado luz de sus ojos,ella confiaba todavia, creyendo que existía un poder superior al de Nerón y una misericordia superior á su cólera.

Y así diciendo, estrechaba tiernamente contra su pecho la cabeza de la joven.

Ligia, después de un momento, cayó de rodillas y ocultando los ojos entre los pliegues del peplo (1) de Pomponia, permaneció largo tiempo silenciosa en esa actitud.

En seguida, y al ponerse de pie nuevamente, pudo notarse alguná serenidad en su semblante.

—Me aflijo por ti, madre, por mi padre y por mi hermano; pero bien sé que la resistencia es inútil y que sólo conduciría á la destrucción de todos nosotros. Te prometo que en la casa del César jamás he de olvidar tus palabras.

De nuevo echó los brazos al cuello de Pomponia. Luego salieron ambas al cecus y Ligia se despidió del pequeño Aulio, del anciano griego maestro de ambos, de la camarera que había sido su aya y de todos los esclavos.

Uno de estos, un ligur alto y de anchas espaldas, á quien llamaban Ursus (oso) en la casa, y que en unión de otros sirvientes había en su tiempo acompañado á la madre de Ligia y á ésta al campamento de los romanos, postróse ahora á los pies de la joven, y en seguida se inclinó hasta tocar las rodillas de Pomponia y la dijo: —¡Oh, dóminal permíteme que siga á mi señora, la sirva y vele por ella en la casa del César!

—Tú no eres siervo nuestro, sino de Ligia,—contestó Pomponia; pero, si te permiten salvar los umbrales de la casa del César, ¿de qué manera podrás velar por ella?

(1) Manto, velo de mujer con bordados.