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QUO VADIS

familia, le arrastraba como á potro indómito y le estaba en esos momentos haciendo perder toda su presencia de ánimo.

—General,—dijo con voz alterada,—vuelve á tu casa y espérame. Sabe que aun cuando Petronio fuera mi padre, en él había de vengar el agravio hecho á Ligia. Vuelve á tu casa y espérame. Ligia no será ni de Petronio ni del César.

En seguida dirigióse con los puños apretados á las figuras de cera que había vestidas en el atrium, y exclamó: —¡Por esas máscaras perecederas! Primero la mataría, y me mataría en seguida.

A Plaucio, que ya se marchaba, le repitió de nuevo que lo esperase y en seguida echo á correr cómo un loco desde el atrium y voló en dirección á la casa de Petronio, dando á su paso empellones á todos los transeuntes que hallaba en su camino.

Aulio regresó a su casa un tanto tranquilizado. Creía ahora que si Petronio había inducido al César á que reclamase á Ligia para darla á Vinicio, éste le haría volver á su hogar. Finalmente, no era pequeño consuelo para él pensar que aun en el caso de que no lograra recobrar á Ligia, sería ella vengada y se vería protegida contra la desgracia por la muerte. Creía que Vinicio haría todo cuanto acababa de prometer. Había sido testigo de su ira y conocía la escitabilidad innata de toda su familia. El mismo, aun cuando amaba á Ligia como si fuera su propio padre, preferiría matarla antes que darla al César; y, á no tener que mirar por su hijo, el último descendiente de su estirpe, indudablemente hubiera obrado así. Aulio era un soldado, apenas si había oído hablar de los estoicos, y sin embargo en su carácter no se hallaba distante de las ideas de esos filósofos: ante su orgullo era preferible la muerte á la deshonra.

Así, nes, vuelto á su casa, tranquilizó á Pomponia, la hizo participe de las esperanzas que ahora abrigaba, y am-