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QUO VADIS

bos pusiéronse á aguardar noticias de Vinicio. A cada momento al oir pasos de alguno de los esclavos en el atrium, se les figuraba que ya veían á Vinicio trayéndole á su amada hija y se preparaban para bendecir á ambos desde el fondo de su alma.

Pero el tiempo transcurría y no llegaban las anheladas nuevas. Solo por la tarde sintióse un aldabonazo en la puerta.

Después de un momento entró un esclavo y entregó á Plaucio una carta. Aun cuando el viejo general demostraba siempre el mayor dominio de sí mismo, tomó esta vez la carta con mano temblorosa y empezó á leerla con tanta precipitación como si se tratara de la suerte de toda su casa.

Inmediatamente se obscureció su semblante, cual si la sombra de una negra nube pasajera hubiera venido á enlutarlo.

—Lee,—dijo, volviéndose á Pomponia.

Esta tomó la carta y leyó lo siguiente: «Marco Vinicio á Aulio Plaucio, salud.

Lo que ha sucedido, ha sucedido por la voluntad del César, ante la cual inclinad vuestras cabezas, como Petronio y yo inclinamos los nuestras.» Sucedióse un largo silencio.

CAPÍTULO VI

Petronio se hallaba en casa.

El esclavo que guardaba la puerta no se atrevió á detener á Vinicio, quien penetró hasta el atrium con la violencia de un huracán, y habiéndosele dicho alli que el dueño de la casa estaba en la biblioteca, precipitóse en ella con el mismo ímpetu. Viendo que Petronio escribía, le arrebató la caña (1), hízola pedazos y la arrojó al suelo piso (1. Caña, cálamo ó pluma para escribir.