interceder por tí. ¿No has conocido en casa de Aulio á alguno que esté cerca del César?
—He conocido á Vespasiano y á Tito.
—El César no los quiere.
—También á Séneca.
—Si Séneca le insinuase algo, eso bastaría para que Nerón hiciera lo contrario.
El hermoso rostro de Ligia cubrióse de rubor, y dijo: —Y á Vinicio...
—No le conozco.
—Es pariente de Petronio y no há mucho regresó de Armenia.
—¿Crees tú que Nerón le quiere?
—Todos quieren á Vinicio.
—¿Y él intercedería por ti?
—Sí tal.
Actea sonrió cariñosamente, y dijo: —Entonces, con seguridad has de verlo en la fiesta.
Debes, pues, ir á ella, primero: porque has de asistir, y solo una niña, como tú, ha podido por un instante pensar de otra manera. Segundo: si deseas volver á casa de Aulio, has de buscar los medios de impetrar de Vinicio y de Petronio el que mediante su influencia, obtengan para ti el derecho de regresar á tu hogar. Si ellos estuviesen ahora aquí, te dirian lo propio: que intentar la más ligera resistencia es locura y es ruina. Cierto es que bien pudiera pasar inadvertida tu ausencia para el César; pero si llegase á notarlo y juzgara que habías tenido la osadia de oponerte á su voluntad, no habría para ti salvación. ¡Vé, Ligial ¿No sientes el rumor que ya se escucha en palacio? El sol se aproxima á su ocaso, los invitados empezarán luego á llegar.
—Tienes razón, contestó Ligia, voy á seguir tu consejo.
En cuánto entraba para esta resolución el deseo de ver á Vinicio y á Petronio, en cuanto la feminil curiosidad de