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QUO VADIS

suran á venir á la fiesta, envueltas en sus togas, en sus vistosas túnicas, cubiertas de flores y de joyas, pueden mañana ser víctimas de una condena; en más de un semblante se oculta acaso, tras de una sonrisa, el terror, la alarma, la incertidumbre del día siguiente; la fiebre, la avaricia, la envidia, están quizá en este propio instante royendo el corazón de esos coronados semidioses, en apariencia tan ajenos á todo mundano afán.

Entre tanto, en el ánimo de Ligia los pensamientos aterrados, sucedíanse unos á otros con más precipitación que las palabras de Actea, y á la par que ese maravilloso mundo, para ella nuevo, presentaba á su vista un interés cada vez más palpitante, iba sintiendo dentro del pecho cómo el terror le oprimía el corazón, y en el fondo de su alma tomaba formas irresistibles un anhelo inmenso, inexplicable y angustioso; la nostalgia de la amada Pomponia Graecina y del apacible hogar de Aulio, en donde el poder dominante era el amor, y no el crimen.

Entre tanto, nuevas oleadas de invitados seguían afluyendo en la dirección del Vicus Apollinis. Desde el exterior de las puertas sentíanse el rumor y las voces de los individuos de la servidumbre de los invitados, que venían acompañando á sus patronos.

En el patio y las columnatas, veiase como un enjambre multitud de esclavos del César,—hombres, mujeres y hasta niños, y de soldados pretorianos que hacían la guardia de palacio. Aquí y alli, entre rostros obscuros y atezados, mirábase la cara negra de un numidio, con su yelmo adornado de plumas y grandes aros de oro en las orejas. Algunos llevaban consigo laúdes y citaras, lámparas manuales de oro, plata y bronce, y ramos de flores cultivadas artificialmente á pesar de ser la última estación de otoño. Y el rumor de las conversaciones crecía y crecia, mezclado con el ruído que al brotar de la fuente hacía el agua, cuyos irisados chorros caían sobre el mármol, y al quebrarse en él, rebotaban como lágrimas.