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amor atormentado. Había sorprendido la noche (Oh! noche de dolor!) sobre un peñasco altísimo, al joven Angelo.

Erguida se extendía la cumbre al través del solemne cielo, y con ceño airado contemplaba los estrellados mundos que debajo de sus pies se extendían. Allí sentóse con su amada:

Sus vagos ojos con mirada de águila escudriñaban el firmamento:

Ya volvíalos sobre ella, mas siempre trémulos; de nuevo se dirigían al Orbe de la tierra.

"¡Yanthe, idolatrada, mira! ¡cuan tenue ese ra yo! ¡cuán bello es mirar allá tan lejos!

" Así no se me presentaba ella esa tarde de otoño, cuando abandoné sus regios salones y no sentía dejarla! Esa tarde! esa tarde, bien presente la tengo. Un rayo de luz por el sol lanzado, en Lemnos cayó como un encanto sobre los arabescos esculpidos de un salón dorado, donde yo reposaba, y sobre las tapizadas paredes, y sobre sus párpados: ah! qué luz tan pesada! cómo oprimía mis párpados y adorme cía mis ojos! Antes, con la vista, recorría las flores, la niebla, y el amor con el persa Saadi en su Gulistan: pero oh! esa luz! vencióme el sueño; la muerte entretanto, apoderóse de mis sentidos en aquella