¡A escape y al vuelo!/IX
IX
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Y aquí, Carmen de mis ojos,
va a revelártelo el viejo
y a contrariar tus antojos,
y a darte, aunque te dé enojos,
una razón y un consejo.
Tú, que de un tu antepasado,
Príncipe de Ravagorza
por una corza criado,
debes de haber heredado
instintos y pies de corza,
tú no te cansas jamás
por lo visto; pero vas
a entender esto: o nos das
cama en Motrico esta noche,
o volvámonos al coche
y volvamos pies atrás.
¡A Zarauz, condesa mía!
Si despertamos mañana
y tenemos todavía
en el cuerpo cosa sana,
mañana será otro día.
Con que un adiós a Motrico
y vámonos, que ya es hora
de que cerremos al pico
y esta jira mareadora
y este país de abanico.
La luna en total creciente
ya suelta del horizonte,
pajiza y resplandeciente
plateaba tímidamente
mar y cielo, playa y monte.
¡A Zarauz! Y en el coche iba
Carmen muda y algo esquiva
entre el misterio que puebla
las selvas en noche estiva,
como un hada fugitiva
con su aérea comitiva
de duendes entre la niebla.
Y a Zarauz la vuelta al dar
por la carretera angosta,
cuyas combas dan al par
cinto de piedra a la costa
y franja de espuma al mar;
los que por ella costean,
en muda concentración
sólo en ver y oír se emplean
de agua y cielo en la extensión,
los astros que centellean,
los faros que parpadean
su constante irradiación,
en cuya estela irisada,
restringida y recortada,
y en la haz del agua trazada
pro el foco del peñón,
se espejan y cabrillean,
se besan y juguetean
con la luz radiante y viva,
pero siempre fugitiva,
que las manda desde arriba
el fanal en rotación.
Ya nosotros arrastrados
por los potros, ya cansados,
vamos viendo, adormilados,
en vaga contemplación
de la mar el movimiento;
en cuya agua azul, que ondea
sosegada y sin marea,
se refleja el firmamento:
y las olas de las playas
que en la arena al arrastrase,
escalonan combas rayas
que se borran al trazarse
por su efímera impresión;
y veíamos acaso,
y sentíamos al paso
del pretil por sobre el borde
el murmullo y movimiento
sordo, unísono y acorde
de las olas, que en montón
hierven, bullen, culebrean,
se rechazan, se aparean,
y se rompen y espumean
a los pies del malecón;
y al romperse burbujean
sin ahogar sólo un momento
su incesante, soñoliento,
manso, lento y vago son.
LA CONDESA. ¡Zarauz! —Silencio y apriesa:
arriba; metan los coches
y a dormir: orden expresa.
EL POETA. Muy buenas noches, condesa.
LA CONDESA. Adiós, José, buenas noches.