¡Allah Akbar!

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¡Allah Akbar!
de José Zorrilla
último tomo de las Poesías.

Noche azul ciñe la ierra:
ilumina el firmamento
blanca luna: manso viento
mece el bosque en lento son,
y las torres de la Alhambra
que a sus copas sobrepujan,
en los pliegues se dibujan
de su verde pabellón.

En los fértiles collados
extendida está Granada,
que respira embalsamada
los perfumes del abril
adorada de las aves
favorita de las flores,
adormida en los amores,
y en poder de Boabdil.

Todo en torno en paz reposa:
solamente allá en la hondura
se oye el Darro que murmura
entre guijos al pasar;
y al murmullode sus ondas,
desvelada entre la amena
soledad, a Filomena
amorosa gorjear.

Todo yace en sueño y sombra,
a la luz de las estrellas:
sólo lucha con la de ellas
la que alumbra un ajimez
de la torre de los Picos,
y a través de cuya espesa
celosía, brilla presa
su rojiza brillantez.

¿Quién allí tan a deshora
en aquella torre vela,
mientras guarda un centinela
su almenado murallón?
¿Quién allí por dicha o duelo
el reposo dulce esquiva?
¡Alláh akbár! es la cautiva
que perdió su corazón.

Garza joven, sorprendida
en las lomas de Antequera
al tender la vez primera
tiernas alas hacia el sol,
no ha podido libre al viento
al cruzar verde paisaje,
ostentar de su plumaje
el brillante tornasol.

Blanco lirio, que entre nieve
cosiguió brotar apenas
transplantado a las amenas
praderías del Genil,
en sus cármenes fecundos
con su riego nutritivo,
perfumado, fresco altivo,
desplegó su flor gentil.

Pobre niña, entrada apenas
en sus quince abriles bellos,
sin saber apreciar de ellos
la belleza ni el valor,
fué en el campo cautivada
por un noble Abencerraje
y ofrecida en homenaje
por traición a su señor.

Acusaron de ocultarla
los Gomeles a su dueño;
mostró el rey en verla empeño,
y mandósela entregar.
«¡Allá akbár! (dijo llorando
el amante Abencerraje),
¡no pensé cuando la traje
que me la iban a robar!

Arranquéle con mi lanza
del harén del castellan;
no es esclava a quien mi mano
y mi nombre voy a dar;
mas si el rey contra justicia,
y a la fuerza me la toma,
él dé cuentas a Mahoma
de su crimen. ¡Alláh akbár!»

Los Gomeles la llevaron
ante el rey: amóla al verla
y en su harén quiso tenerla
el injusto Boabdil.
Mas en vano; la cautiva
guarda firme allá en su pecho
el santuario que tiene hecho
para el árabe gentil.

Y en la torre de los Picos
do el tirano la encarcela,
por la noche vive en vela,
e ilumina su ajimez,
porque sabe que del Darro
en la margen a tal ora
la contempla quien la adora,
quien la hará libre tal vez.

Y los nobles granadinos
que lamentan este ultraje,
y del buen Abencerraje
ven la pena y la razón,
dicen, viendo en la alta torre
mantenerse la luz viva:
«¡Alláh akbár!, es la cautiva
que le dió su corazón.»