¡Dónde estás!
¿Qué dragones, qué tarascas en alcázares dorados
te custodian, ¡oh! princesa de mis sueños incesantes,
entre cofres herrumbrosos por los genios fabricados
y repletos de zafiros, de rubíes purpurados,
de amatistas nunca vistas y diamantes titilantes?
¿Qué Merlín de seculares barbas cándidas disfruta
de tus núbiles frescuras y tus gracias infinitas
en lo espeso de una selva y al amparo de una gruta
do se cuajan los albores de cien mil estalactitas?
¿Qué delfín de aletas de oro, por las aguas ambarinas
te condujo, nauta monstruo, penetrando los cristales,
a los limbos penumbrosos de cavernas submarinas,
entre perlas margaritas y obeliscos de corales?
¿O qué silfo, audaz tenorio con belleza y con fortuna,
te llevó sobre las alas de un hipogrifo nocturno
o en las hebras cabalgando de algún haz de blanca luna
a su alcázar verde y oro del anillo de Saturno?
Dime, dime dónde moras: iré a ti con loco empeño,
quebrantando los hechizos, los conjuros y los lazos;
¡si eres sombra seré sombra, si eres sueño seré sueño,
si eres nube seré nube, si eres luz, seré risueño
rayo de alba o de Poniente por llegar hasta tus brazos!