¡Ya no soy poeta!
Un cabecita negra cansado de cantar gratis, fastidiado de llenar de melodías las frondosidades del monte y de celebrar las bodas de todas las avecillas con sus poéticos gorjeos, sin nunca recibir un peso, resolvió buscar otros medios de vida.
Un día que se le acercó un gorrión con su gorriona, rogándole tuviera la amabilidad de componer su epitalamio, bruscamente les contestó: ¡Ya no soy poeta! El gorrión, incrédulo, se sonrió y también la gorriona.
Era cierto, sin embargo; el cabecita negra se había vuelto vendedor de perfumes, por cuenta de las flores que crecían en las orillas del monte, y para probárselo, ofreció a la gorriona venderle un elegante frasquito de esencia. Pero antes que le dijera el precio, la gorriona coqueta miró al cabecita negra con unos ojos tan tiernos, que éste no pudo resistir al deseo de regalarle el frasco, y de yapa le dedicó un delicioso madrigal.
El gorrión no dijo nada; pero la mueca que con el pico hizo, bien dejaba entender que para él el que nace poeta, poeta muere, y que no tardaría el cantorcito comerciante en pedir moratorias.