¿La iniciativa catalana?

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¿La iniciativa catalana?
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(Aceptando una invitación)


 Al fin de un artículo titulado Las iniciativas catalanas, leo:

 Yo invito á todos á que examinen sin pasión la iniciativa catalana, en la confianza de que los hombres de buena fe, aquellos para los cuales el patriotismo es un sentimiento y no el rótulo de su comercio, no querrán tener un remordimiento si un día se puede decir: “En un momento decisivo para España, Cataluña llamó á todos para emprender juntos caminos de redención, y para que su voz no la oyeran los demás españoles, se levantó una muralla de prevenciones á su alrededor y, para mejor asegurar el aislamiento de Cataluña, se envenenó el espíritu de aquellos, á quienes dirigía su voz, para que llegase á su alma como un agravio”.— F. CAMBÓ.

 La iniciativa catalana á que se refiere el Sr. Cambó es la petición al Gobierno de que reuna las actuales Cortes ó la convocatoria de unas Constituyentes por un Gobierno provisional, es decir, la declaración pública y solemne, en estos momentos, de que no estamos constituídos... Lo pensamos, lo hemos dicho mil veces, pero no ahora....

 El solo hecho de publicar nuestra desorganización, basta para demostrar que no se trata de iniciativas catalanas, sino de impaciencias de unos cuantos catalanes. voz de Cataluña no ha sonado nunca como agravio en el alma española; lo que ha sucedido machas veces, y tal vez suceda ahora, es que se da el nombre de voz de Cataluña á ecos de voces que no brotan, que no han brotado, que no pueden brotar del corazón de Cataluña.

 Antes de la reunión de los parlamentarios, dije que Cataluña no era la Lliga, y los hechos han probado la verdad de mi afimación, tan axiomática como la de que el todo no es la parte.

 Nadie concibe á Cataluña sin la representación de su abnegado Clero, de su histórica Nobleza, de su ilustrada Universidad, que, aunque imperfectamente, tienen en representación en las Cortes parlamentarias, y, sin embargo, ni un Prelado, ni un grande de España, ni el senador por la Universidad de Barcelona concurrieron á esa asamblea; en la que para que todo fuese insincero, se dió el caso de que un jurisconsulto como mi antiguo amigo Abadal, al frente de setenta y ocho sediciosos, y ante la presencia de un solo hambre, indefenso, dijese que representaba el Derecho... ¡Qué borrosas tenía en aquel momento las nociones de la virtud que consiste en dar á cada uno lo suyo, que aprendió á practicar en el bufete madrileño del inolvidable hijo de Vich D. Ramón Vinader, tan catalán siempre y, por serlo, tan español! ¡Qué sarcasmo llamarse representante del Derecho en el momento de conculcarle conscientemente!

 Porque conviene no olvidar que los que intentan honrarse con el desacreditado nombre de parlamentarios son defensores del régimen de mayorías, en el que dicen vivimos; y, sin embargo, 13 senadores intentan imponerse á 360, y 55 diputados pretenden valer más que los 350 restantes.

 Un poco de lógica y, vuelvo á decirlo, un poquito de sinceridad.

 Bien les constaba á los parlamentarios que la fuerza, la fuerza del número y la más poderosa del dinero, la tenían ellos; ellos, dueños del Ayuntamiento de Barcelona, de la Mancomunidad Catalana y hasta de la Policía. Precisamente el mérito del gobernador de Barcelona se atribuyó, y debe atribuirse, á que con su talento y su prudencia supo imponer, ya que no el Derecho, pues para mí y para los que como yo piensan no existe separado de la Legitimidad, la ley, la Constitución, que los parlamentarios abstienen y defienden.

 Pero si eran los más fuertes, en el sentido material de la palabra, si representaron la conocida escena de los cincuenta que se dejaron prender por una pareja, porque iban solos, su fuerza no era la ética, la jurídica. Copiando exactas y nobilísimas palabras, que hago mías, les sobraba, con excepciones contadísimas, dinero y audacia, pero les faltó lo que Cataluña tiene: alma.

 Para nadie es un secreto que la tal Asamblea fué un acto mal ensayado de la farsa intervencionista. Los que, desgraciadamente, con el asco y la repugnancia que produce asomarse á las cloacas sociales, conocemos á los manipuladores de esa farsa, protestamos, no sólo á título de amantes de Cataluña, sino por decoro. La autonomía, la autarquía, mejor dicho, de las regiones, es una restauración que no pueden darla ni Cortes liberales ni los autores de la semana trágica con los discípulos del Heterodoxo, cifra del centralismo y caciquismo hechos curial.

 Estamos obligados á decir la verdad, tenemos derecho á exigirla. Lo que se llama iniciativa catalana no es más que intervención aliadófila.

 En cuanto á lo del rótulo de su comercio, las prevenciones, la muralla, los caminos de redención, son mera palabrería, impropia de pueblo tan sensato y tan práctico como el catalán, convencido de que los caminos de redención son los de la fe, la piedad, el trabajo, la disciplina, el orden. Cuando los catalanes, singularmente los barceloneses, oyen, escuchan la inspirada voz de su gran poeta, y trabajan, luchan y oran; cuando van á Montserrat á pedir la luz y la fortaleza que de tan libres y puras elevaciones desciende; cuando reconocen que en la Tradición, y no en revoluciones extranjeras, está el verdadero progreso; cuando rechazan, indignados, utopias como la del Ebro por frontera; cuando se proclaman españoles, como Peñafort, Margarit, Balmes, Milá, Durán, Rubió, Verdaguer..., entonces esa muralla no existe sino en libros de tan perversa intención y de tan escasa doctrina como El nacionalismo catalán.

 ¡No! Aquí, hoy, no hay más nacionalismo que el nacionalismo español. Afirmando nuestra unidad, que no es nuestra imposible, injusta, uniformidad, afirmamos nuestro poder, nuestra fuerza; y sólo por la fuerza, como escribió Menéndez y Pelayo, se vence en la literatura y en todas partes.

 Lo que importa es recordar que la fuerza, para que sea eficaz entre seres racionales, ha de ser algo más, mucho más, que fuerza bruta.

  EL CONDE DE DOÑA-MARINA


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