Égloga (Arolas)
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(...) Dulcísima porción del pecho mío, Erífile divina y amorosa, agosta el sol las flores, y aun no veo flotar allá en la cumbre deliciosa donde nace el sonoro y claro río tu leve vestidura cual deseo. ¡Ay! Ninfa, según creo te empeña en su carrera la cierva más ligera que habita de estos sitios la frescura, ven aquí a disfrutar del aura pura, que dañará tus pies tanta fatiga; la tarde se apresura, no tardes en venir, mi dulce amiga. ¡Cuánto te causa de placer y olvido perseguir a los gamos inocentes y al ciervo herir con flecha penetrante! Apenas brilla el sol en el egido las dulces ansias de alejarte sientes por el espeso bosque y selva errante: respira un sólo instante, recuerda que eres mía y que tu compañía vida me puede dar; tu ausencia, muerte; pues es todo mi bien amarte y verte viviendo en soledad libre de intriga sin miedo de perderte, muéstrame tu semblante, tierna amiga. ¿Te acuerdas de aquel día en que prendimos en la red un incauto pajarillo, y que en torno volanso sin reposo del mirto al sauce y desde allí al tomillo su tierna compañera luego vimos piar con un gemido lastimoso? ¿Que al prisionero hermoso la libertad le diste y al paso me dijiste: «Para los que amor une no hay tormento más agudo que el duro apartamiento que al corazón más tierno más castiga»? Recuerda aquél momento, recuerda tus palabras, bella amiga. Busca la limpia fuente al arroyuelo entre menudas guijas murmurando, los arroyos al río caudaloso, y éste al profundo mar va caminando: si miras, Ninfa mía, al claro cielo de la serena noche en el reposo, verás cuán luminoso se muestra aquel lucero eterno compañero de la cándida luna refulgente: amor a unión inclina cuanto siente desde el ave de Jove hasta la hormiga; mi pecho no consiente por esta ley tu ausencia, bella amiga...