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(23) Acápite de carta

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Ayacucho, Marzo 1º. De 1882

Querido amigo:

Aprovecho de la ida a ésa de un amigo para sacarte del cuidado en que estarás por las exageradas que allí deben correr con motivo de la batalla que tuvimos el 22 del pasado en las alturas de Cuchimain, entre nuestras fuerzas y las de Cáceres.

A consecuencia de que este General se adhirió al titulado Gobierno provisorio, siempre por él desconocido, las fuerzas de Ayacucho suscribieron un acta negándole su obediencia, puesto que dejaba de ser Jefe Supremo y reconocido.

No podíamos tampoco reconocerlo como Jefe Político, porque la Constitución invocada por el Gobierno a quien debía obedecer no reconoce esos cargos, creado por la dictadura en fuerza de las circunstancias y en mérito de su omnímodo poder. Solo nos quedaba para proceder honrosamente, uno de dos caminos: o disolver las fuerzas, privando al país de ese elemento de defensa, con tanto trabajo acumulado, o reservarlas para ponerlas a disposición del Gobierno que se forme alguna vez y que sea fruto de la voluntad de los pueblos y no de motines de cuartel o de la violación escandalosa de la misma Constitución que se invoca para alcanzar un prestigio que nunca se obtendrá.

Nos decidimos por lo último procediendo con un patriotismo levantado y que la pasión política no comprende, pero al que se hará justicia cuando el tiempo pase y haga volver el juicio a nuestros conciudadanos.

Informado el General Cáceres de nuestra resolución, el que había huido del enemigo común perdiendo casi íntegro el ejército del centro, dirigió sus fuerzas contra nosotros, que no éramos aun amenaza para nadie, y aprovechándose de que era hijo de este pueblo y tenia muchas relaciones, hizo introducir armas y municiones a las haciendas y caseríos de los suburbios y decidió sorprendernos en la mañana del 22 pasado. Nosotros solo tuvimos noticias de su aproximación a las 8am, y mientras nos preparábamos y municionamos las tropas, se pasó una hora. Desfilamos a las 10, pero no sabíamos por donde nos traerían el ataque; mas al dejar el pueblo se sublevó éste con las armas que había recibido y nos comenzó a hostilizar por retaguardia.

A la 1pm. las guerrillas anunciaron la presencia del enemigo por el lado del Carmen Alto en son de combate. Entonces pasamos del cerro de Santa Ana al de Cuchimain, y allí tendimos nuestra línea.

No bien había concluido esta operación, cuando se rompieron los fuegos muy nutridos, tanto de artillería como de infantería hasta las 5.30pm, durante tres horas tres cuartos.

Como el General Cáceres hubiese traído armas sobrantes, armó al pueblo de Carmen alto, y esta gente con las de las haciendas y la tropa que trajo, ascendía como a 3000 hombres. Nosotros teníamos 1200 escasos, y sin embargo, sufríamos fuego por vanguardia y fuego de la población por retaguardia; aquello era un infierno; y en medio de todo, lo más raro es que después de vencedores estamos prisioneros, debido a la generosidad del Coronel Panizo y su noble corazón.

Es el caso que se pasaron a nosotros, ya en la tarde, la mayor parte de los principales jefes y oficiales con tropa, las tropas con culatas arriba y los jefes implorando nuestra generosidad y tratándonos de hermanos. Panizo, al fin caballero, como lo es, no quiso inferirles el desaire de desarmar ni a los jefes, ni a los oficiales, ni a la tropa, y esperábamos que llegase el General Cáceres a rendirse, pues veíamos que también venía. Mientras tanto se fueron organizando a retaguardia de dos compañías del Batallón Libres, que mandaba en persona el intrépido Coronel Vargas, y también a retaguardia de la artillería, todos pasados con sus armas. Sube el General Cáceres y se pone a cuestionar con el coronel Panizo; los desleales pasados dan sorpresivamente el grito de ¡Viva Cáceres! y todo se vuelve un espantoso laberinto.

El coronel Vargas pudo mandar a hacer fuego, y habría castigado esa vileza; pero habrían muerto inevitablemente los coroneles Panizo y Bonifaz, y aun el mismo General Cáceres y sus demás jefes. Ante tan dura extremidad, y recordando que la guerra aun no ha concluido y que quizá son necesarias esas vidas para la salvación de la patria, el coronel Vargas prefirió entregarse como prisionero, convencido de que las victorias entre hermanos no son verdaderos triunfos y que era muy caro el precio de que él pudo obtener. Está, pues, preso por sus nobles sentimientos, y dice que no se arrepiente de haber perdonado la vida a los que se llaman sus vencedores.

Los que hemos sido honrados soldados y hombres de honor, estamos, pues, en una prisión. Nuestra culpa es no haber reconocido a un Gobierno que no lo fue jamás para los mismos que creen delito hoy nuestro modo de juzgar; que juzgaron ayer lo mismo que nosotros. Y se nos llama traidores, a los que solo hemos defendido la bandera de la patria y caído defendiéndola, por los que la han traicionado dos veces...

El resultado de tantos escándalos es la ruina del país, pues el ejército del centro y la magnífica división del Coronel Panizo casi no existe. Están reducidos a 500 hombres cuando más, porque todas las fuerzas se han dispersado. Así ha acabado este drama abominable, dejando una página de vergüenza en la historia de nuestras desgracias.

  • Fuente primaria: Pascual Ahumada Moreno