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120 años de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile: Prefacio

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Prefacio


<< Autor: Soledad Ferreiro Serrano

A poco más de 120 años de su fundación, la Biblioteca del Congreso Nacional es una institución con peso histórico propio. A la fecha ha tenido ocho Directores, uno de ellos Presidente de la República y dos, con la que habla, han sido mujeres. Una trayectoria que expresa, por una parte, relevancia social y cultural y, por otra, espacios no excluyentes.

Su fundación está estrechamente ligada con la historia política e institucional de Chile. En 1883, en un acto visionario, la Cámara de Diputados, aceptó la propuesta del diputado Pedro Montt M., luego Presidente de Chile, de traer desde Francia las colecciones con los idearios que, en su tiempo, transformaban el mundo. De esta manera se instauraron en Chile los valores y las prácticas políticas, sociales y culturales de la Europa iluminada y liberal. Gracias a ello, la Biblioteca del Congreso se constituyó desde el inicio como un actor relevante del quehacer político y parlamentario de Chile; como una ventana que el país abría para mirar al mundo y al futuro.

Quiero traer a esta conversación el atributo medular de las bibliotecas, el ser constitutivo que las acompaña a lo largo de su historia.

Las bibliotecas han respondido invariablemente a sus comunidades en forma bidireccional, nutriéndolas y siendo nutridas por ellas. Sujetas a los distintos paradigmas, contextos y a la sucesión de tecnologías, desde la tablilla de arcilla a la tecnología digital, han reinventado constantemente su modo de estar y de aparecer en la sociedad, para dar origen y preservar la memoria colectiva, como repositorio de los compromisos de la humanidad y constituyéndose como herramientas de atisbamiento y construcción de futuro.

Hasta la aparición de la imprenta, las bibliotecas eran organizaciones centrípetas donde el autor y el productor, que hacía uso de la tecnología disponible, compartían espacios comunes, donde saberes distintos confluían para tejer la historia y la cultura. La imprenta produjo un movimiento centrífugo, al irradiar hacia el colectivo mayor de la sociedad la palabra impresa y las nuevas oportunidades que con ella se proyectaban, al diferenciar la labor de autores, impresores y editores.

Hoy el mundo digital nos permite, con una vitalidad nunca antes alcanzada, unir nuevamente los valores tradicionales de las bibliotecas. Autores, editores y productores constituyen, otra vez, comunidades interactuantes, más plásticas y reticulares que en el pasado, gracias a una experimentación de las relaciones que se configuran y desconfiguran al mismo tiempo.

Al asumir, hace dieciséis meses, mi puesto como Directora, fui invitada a realizar en la Institución los saltos coherentes con los cambios paradigmáticos que la globalización y la revolución tecnológica han instalado en el mundo. Los efectos de los actuales modelos se expresan, como nunca antes en la historia, en cada dimensión de los individuos, de las instituciones y de las colectividades, a través del desarrollo de nuevos roles e identidades, de formas inéditas de trabajar, de nuevas formas de relacionarse. En otras palabras, el mundo se ve afectado por una modificación perentoria del sentido común tradicional, manifiesta, entre muchos fenómenos, en el traslado del foco de atención desde un mundo de objetos, con dominios y usos específicos, a otro de redes humanas en incesante interacción, donde los roles se reinventan, y los objetos adquieren nuevos modos de instrumentarse, particularmente, mediante la agregación de valor.

Quiero compartir con ustedes las reflexiones que han determinado nuestra orientación en ese sentido y las preguntas que nos hemos planteado desde el inicio. ¿Cuál debe ser nuestro modo de estar, de aparecer, en el mundo de nuestros parlamentarios? ¿Qué Biblioteca es necesario que maduremos para generarle valor a nuestra audiencia?

Desde estas preguntas nos estamos observando a nosotros mismos y a nuestras principales comunidades con otra mirada y a escuchar de un modo distinto a los parlamentarios. Al poner al centro de nuestra acción al parlamentario y a su red de apoyo, nos exponemos a un giro simultáneo y permanente de visiones y de prácticas, revalorizando nuestro quehacer desde la experiencia cualitativa que provocamos en esta comunidad.

Traer valor es una tarea que implica un proceso de reinvención de nuestra Biblioteca, conjugado con el contexto global, nacional y con el espacio específico del Congreso. Esto significa establecer relaciones permanentes con la comunidad para desarrollar su capacidad de acción. Una visión de este tipo nos obliga a salir de nuestras salas y participar activamente en la cotidianidad de nuestros parlamentarios, tener presencia en terreno, para que puedan contar con nosotros en su labor distrital y regional.

Los nuevos equipamientos tecnológicos exigen, además, recuperar el histórico rol docente de enseñanza y comprensión de los alfabetos, hoy, extendido al lenguaje de las tecnologías de información. Esto se traduce en el compromiso de generar destrezas informacionales en nuestra comunidad inmediata para ayudarlos a operar bien en la sociedad de la información.

Desde este nuevo sentido común, no pensamos a la Biblioteca del Congreso Nacional como oferente de productos y servicios que surten demandas de usuarios, sino, como una Institución que colabora con la expansión de las posibilidades de su audiencia en tanto seres humanos, que les trae a la mano conocimientos comprensibles, congruentes con sus valores individuales y con sus prácticas culturales de origen, con sus preocupaciones y con sus comunidades pertinentes. Una institución que le ofrece a los parlamentarios la colaboración y los instrumentos para el desempeño de su rol, sus compromisos y la construcción de su identidad.

Creo que, de este modo, la Biblioteca se transforma en un instrumento de producción y de acumulación de capital social.

La Biblioteca que propongo, es por lo tanto, una invitación a los Parlamentarios para entrar en esta conversación que creemos recíprocamente productiva.

La elaboración de este libro ha sido un trabajo colectivo de miembros de la Biblioteca que han vivido los procesos de cambio en estos últimos años. Agradezco el trabajo de su editor, el historiador David Vásquez, de los autores Srta. Ximena Feliú, Sra. Marialyse Délano y los Srs. Juan Guillermo Prado y Pablo Valderrama, como también el aporte de contenidos de Ana María Zúñiga, de Thomas Connelly por su revisión y traducción al inglés y de Carla Grandi, quien con su capacidad de análisis, reflexión y redacción contribuyó a la elaboración de estos textos.

En Noviembre del 2003, la ex Directora de la Biblioteca, Srta. Ximena Feliú Silva, recibió la Medalla de Oro del Senado por sus servicios prestados y, en agosto del 2004, el Sistema Integrado de Información Territorial de la Biblioteca ha recibido reconocimiento internacional por la calidad de sus servicios.

Estoy muy contenta de estar en la Biblioteca del Congreso Nacional ya que es un valioso conjunto sinérgico de personas, talentos, recursos de información y tecnologías, y doy gracias a cada uno de los profesionales y colaboradores de esta Institución que han puesto sus esfuerzos y su experiencia a disposición de este gran cambio.

Soledad Ferreiro Serrano

Directora de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile