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Crónicas documentadas para la historia de Cuenca/Algunas palabras

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ALGUNAS PALABRAS

A principios de este Octubre, patrocinados por la Junta del Centenario de nuestra Independencia, por la Universidad del Azuay y por el Centro de Estudios Históricos y Geográficos, de esta ciudad, pusimos mano a la obra de disponer y arreglar estas cronicas.

Hasta 1915, esto es, hasta que el Señor Don Celiano Monge descubrió y remitió a nuestro Concejo el ejemplar auténtico del PLAN DE GOBIERNO O LEY FUNDAMENTAL, de la República de Cuenca, expedido y sancionado en 15 de Noviembre de 1820, poco, muy poco, en el sentido de la extensión del trabajo, pero mucho en el de su importancia, habíamos hecho los cuencanos por escribir nuestra historia.

Lo primero de todo, -verdadero monumento de sagacidad, labor benedictina y consumada competencia- tuvimos la Traslación Paleográfica de los primeros Libros del Cabildo de Cuenca, ejecutada por el nunca bien encomiado Señor Doctor Don Manuel Torres Aguilar, que nosotros, en Miscelánea Histórica del Azuay, comenzamos a dar a la estampa; vino después el Sr. Dr. D. Alfonso María Borrero, y nos nutrió con sus bien condensadas Décadas Municipales; y se presentó, en seguida, el Señor Doctor Don Alberto Muñoz Vernaza, para seducirnos e ilustrarnos con sus Memorias sobre la Revolución de Quito. Por desgracia, muerto el primero; obstada la labor del segundo por la falta de buen orden en nuestros archivos; y ocupado el último en servir al país en obra de más inmediata urgencia, la delimitación de nuestra frontera con Colombia, ahí nos quedamos, por lo tocante a la historia colonial y a la de los primeros albores de la que mira a la independencia.

Mas, desde 1915, como tocados por corriente galvánica que nos hiciera re accionar de súbito, puestos a la obra los dos señores últimamente citados, el Doctor Don Remigio Crespo Toral, el R. P. F. Alfonso M. Jerves, el Doctor Don Remigio Romero León, el Doctor Don Luis Cordero Dávila, el Doctor Don Alfonso Cordero Palacios, Don Luis Teódulo Crespo y otros más, y aun algo también el mismo que estas líneas va escribiendo, hemos dado pasos verdaderamente de gigante en esta empresa. Bástenos considerar que ignorando todavía, en 1915, aun la fecha de nuestro movimiento emancipador, hoy ya podemos detallarlo casi minuciosamente, y seguirlo en su desarrollo, através del Segundo Verdeloma y de Yaguachi y de Riobamba y de Guaranda y de Pichincha, hasta llegar a Junín y Ayacucho, de cuyas dos estupendas jornadas podemos decir los cuencanos con verdad y orgullo el et quorum pars magna fui, que puso en boca de su héroe el poeta de la Eneida.

No es sino un aprovechamiento de esos trabajos este libro. Lo sustancioso, lo bueno que él contenga, se lo debe de derecho a esos señores; lo débil, lo entorpecido de su marcha, a quien lo ha arreglado y escrito, con el item de la improvisación que demandaban nuestras Fiestas Centenarias.

Nada va en él que no lleve su comprobación documentada, o al pié mismo del párrafo respectivo o en página anterior o posterior.

¿Será fastidiosa su lectura? Así lo creo, por su aire un tanto procesal, del que no he querido ni podido apartarme, para salvar siempre la verdad; mas esto va compensando con el interés que tiene para los lectores cuencanos, y por su sazón y oportunidad. Ya sobre estas Crónicas y otras que se les parezcan -verdaderos expedientes de bien probado- vendrán las plumas de nuestra pléyade de escritores, que, en orden retórico, reemplazando el documento con toques de filosofía de historia, y amplificando y exornando los hechos con su facundia y letras, donde viniere bien y fuere menester, nos darán lo que aun nos falta: la Historia de Cuenca.

El volumen que hoy ve la luz no es sino un tomo del capítulo referente a la Independencia. Pueden inmediata mente y de contado seguirle los otros dos: el uno, para nuestro Año Terrible, el de 1821; y el otro, para la Campaña de Pichincha, que aquí se dispuso y organizó, y que de aquí tomó su curso y fué y tronó sobre Quito, el 24 de Mayo de 1822, día en que desagraviamos a los Próceres del 10 de Agosto de aquello que, llevados de nuestra lealtad, que aun la debíamos al Rey, nos vimos forzados a ejecutar en el año de 1809 y en los siguientes, hasta el de 1816.

Si las mismas Corporaciones que hoy nos han patrocinado no se desdeñaran de continuar acogiéndonos a Su sombra, bien podríamos, además, dar a luz los años Colombinos, parte de nuestra historia comprendida entre 1822 y 1830. Sus documentos, ya originales, ya en copia, los tenemos reunidos. Incuriosos somos los cuencanos: cualquiera clase de vientos pueden dispersar esas hojas. Juntémoslas a tiempo en el haz ya ponderoso del libro.

Por otra parte, esa maravilla denominada Archivo Municipal, que está casi íntegro, por más que en sus respectivos anaqueles no aparezca tal, por hallarse muchos de sus volúmenes en otras manos, honradas todas, puede rehacerse en un día. Mas, ¿a qué fin, si hemos de continuar, como hasta hoy, teniéndolo en el duro cuarzo de los caracteres paleográficos? -Pues que en estos días de sobrexitación de patriotismo, de anhelos de gloria y renombre, oigan nuestro Concejo Municipal y nuestro Centro de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay este emplazamiento, dado a todo grito: "Caso de que un día nuestros descendientes no sepan dónde ni cómo leer la historia de Cuenca, que se lo reprochen a vosotros, si desde hoy mismo, paleógrafos, que por nonadas se pondrían a vuestra orden, y mecanógrafos, de quienes sobreabundamos, y tipógrafos, que no nos faltan, no se ponen a la faena de entregarnos en volúmenes de elegante papel e impresión clara y de lujo, esos monumentos escritos de nuestros Anales Coloniales, Colombinos y Ecuatorianos."

Cuenca, Octubre de 1920.
OCTAVIO CORDERO PALACIOS.