A Chabanó
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Las humildes mansiones desaparecen del linaje humano, y las nubes preñadas mis plantas huellan: lejos ¡oh profano vulgo! a ti no son dadas las sagradas armónicas canciones oír que Apolo inspira, no el oír los tonos de la acorde lira. Rásgase el mortal velo, que al hombre siempre encubre tenebroso los sublimes arcanos, que intenta en vano escudriñar curioso; y a ti, Chabanó, en manos de la sabia Minerva, al alto cielo arrebatado veo, cual lo fuera en otro tiempo Prometeo. Las leyes de natura sublimes y sencillas, ilustrado con la antorcha Febea la Diosa ante tus ojos ha mostrado; cómo una misma sea la que del monte en la caverna escura forma el oro y contiene los mundos que en sus órbitas retiene. El oro apetecido, que guerra y muertes trujo a los mortales y que escondiera en vano la tierra en sus entrañas: ya los males, la codicia, el insano furor a luz se muestran, del sumido pozo con él parecen; inocencia y candor desaparecen. El mercader las naves avaro apresta; el Aquilón sañudo en vano se embravece, y las olas del mar azota crudo; el oro que se ofrece a su esperanza busca y las suaves playas trueca cuidoso por el mar alterado y borrascoso. No así bajo el reinado del buen Saturno; que en inalterable paz el mundo vivía, y la doncella tímida y amable su favor concedía por premio de sus ansias a su amado; mas ora la riqueza ¡oh mengua! compra y goza la belleza.