A Dios (5 Althaus)
¿Qué aguda inteligencia,
angélica o mortal, penetrar sabe,
Señor, tu arcana esencia?
¿En cuál tan vasto pensamiento cabe
tu infinita grandeza
que nunca acaba, que jamás empieza?
En el principio fuiste
y serás en el fin: que el solo eres
que por sí propio existe:
sólo existen por ti los demás seres;
y es vano ser prestado
el que anima, Señor, a lo creado.
Sólo tu vida es vida:
no hay cuento prodigioso de guarismo
que tu principio mida;
que eres eterno padre de ti mismo;
y de círculo a modo,
de ti sale y a ti regresa todo.
De tu vital presencia
todo lo hinches, Señor: eres esfera
cuya circunferencia
no miro en parte alguna; mas doquiera,
doquier, Señor, encuentro
el portentoso inacabable centro.
Y yo, débil gusano,
yo de la nada vil hijo doliente,
quiero entender en vano
cómo duras, Señor, eternamente,
cuando de un hilo asida
está mi triste pasajera vida.
Y mientras que tú llenas
la eternidad pasada y la futura,
rápido instante apenas
del hombre frágil la existencia dura,
y como sombra vana,
ni tuvo ayer, ni logrará mañana.
Mientras en ti más pienso
y más tu arcana majestad medito,
te me haces más inmenso;
y perdida en tu piélago infinito,
mi náufraga barquilla
ni encuentra fondo ni divisa orilla.
Y como los fulgentes
rayos no ven del sol ojos terrenos,
yo así, Sol de las mentes,
cuanto más brillas, te distingo menos,
y creciendo tu fuego,
desmayo al fin, desatinado y ciego.
Oh pensamiento, tente:
no divinos arcanos arrogante
indagues vanamente;
no quieras abarcar, cual loco infante,
en tu pequeña mano
el inmenso caudal del océano.
(1868)