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A Emilia (Marchena)

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A Emilia
de José Marchena

 Bella Emilia, perdón; yo te lo ruego
 por tu belleza; ¡ah cielos! ¡mi osadía
 cuánta disculpa tuvo! ¿Dó se halla
 aquel que a tu hermosura indiferente
 sin amarte te mira? ¿Quién tu dulce,
 tu suave elocuencia escuchar pudo
 sin la emoción más viva? ¿Y yo cuitado,
 yo solo ¡ay triste! sentiré tus iras?
 ¿Te aplacas, bella Emilia? ¿Me perdonas?
 A un eterno silencio me condeno;
 no más de amor hablarte; no fue dado
 a mí, mortal, la dicha soberana.
 
 Seamos amigos, adorable Emilia;
 si de amor no soy digno, podré al menos
 serlo de la amistad: sencillo, franco,
 jamás la vil lisonja, la mentira
 infame mi conducta han afeado.
 ¡Mi corazón sensible cuántas veces
 en lágrimas se exhala en las desdichas
 de mis amigos! ¡Las perfidias bajas,
 las mentidas caricias, las lisonjas
 envenenadas, la insultante mofa
 de los que fingen serlo, cuánto acíbar
 sobre mi triste vida han derramado!
 Almas villanas, yo lo he merecido;
 ingratos, yo os he amado; esto es bastante.
 ¡Ay! pasemos en blanco mis desdichas.
 De mis falsos amigos las injurias
 atroces, las envidias, los crueles
 encarnizados odios olvidemos.
 Seamos amigos, vuelvo a repetirlo,
 de la santa amistad, y de las ciencias
 al sagrario acogidos, los profanos
 asestarán en balde sus saetas
 contra nosotros. Ora, la balanza,
 y el compás de Neutón en nuestra mano
 teniendo, aquel cometa seguiremos
 en su alongada elipse. Ora a Saturno,
 y a Júpiter pesando las distancias
 de Marte a nuestra tierra mediremos,
 o bien por el calor de nuestro globo
 su edad sabremos. Ora calculando,
 el infinito mismo, que no es dado
 al hombre conocer, numeraremos.
 Otras veces, la historia recorriendo,
 teatro vasto de horrores y miserias,
 la suerte lamentable de la débil
 humanidad, del despotismo injusto,
 de la superstición, del falso celo
 siempre oprimida compadeceremos.
 O bien hasta el Eterno nuestras almas
 por grados elevando, nuestras manos
 puras de iniquidad levantaremos
 a la extensión inmensa, do el muy alto
 habita todo en todo; en respetoso,
 en profundo silencio el bello orden,
 la perfección que reina en el gran todo
 absortos admirando, y en tranquila
 paz el último día aguardaremos,
 do el alma nuestra libre de cadenas,
 de Marco Aurelio y Sócrates al lado,
 en la contemplación del universo
 gozará de placeres inefables.