A Fabio (García Moreno)
Yo vi del polvo levantarse audaces,
a dominar y perecer, tiranos;
atropellarse efímeras las leyes
y llamarse virtudes los delitos.
Moratín.
Huye lejos de aquí, virtuoso Fabio,
huye, si quieres preservar del vicio
tu juventud florida, que los años
presto te robarán. Mira doquiera
cómo levanta la manchada frente
llena de oprobio y de arrogancia el crimen;
cómo se arrastra la ambición astuta
en fango inmundo, y de repente sube
cual fétido vapor que infesta el cielo.
Allá se esconde prostituta infame
bajo adornos marciales, y su mano
tímida empuña el relumbrante acero,
jamás enrojecido en las batallas.
Impresos lleva en su amarillo rostro
los asquerosos surcos, las señales
que en lecho torpe atesoró. Ninguno
de cuantos vicios inventara el hombre
en largos siglos de maldad, ignora:
traición, perjurio, latrocinio, estafa,
libertinaje impúdico, furores
de bárbara opresión... su vida impura
encerrada en artículos se encuentra
en el severo código que inspira
saludable terror a los perversos.
¡Y este de corrupción conjunto horrible,
monstruo que hasta el patíbulo infamara,
éste triunfa, domina, tiraniza,
y respira tranquilo! Al pueblo imbécil
con fementido labio artero invoca,
y le ultraja feroz, ¡y el pueblo sufre!,
llora abatido, y resignado calla.
¡Oh vergüenza, oh baldón! Proscrita en tanto
la probidad se oculta, perseguida
por el delito atroz de su inocencia,
sin cesar acosada, expuesta siempre,
en inseguro asilo, a la perfidia
del delator vendido que la acecha.
Así tu patria está. No tardes, huye.
¿Qué esperas? ¿Quieres de tu vida infausta
la suerte mejorar con tu paciencia?
Te engañas, infeliz. A la fortuna
la áspera senda del honor no guía.
Quien a las altas cumbres la audaz planta
mueve y subir procura, no consigue
sino elevarse a la región del rayo;
mas, si los Andes deja, prefiriendo
valles ardientes de fecundo suelo,
se ofrecen luego a su encantada vista
flores y frutos en frondosas selvas:
así el hombre que intrépido se avanza
de la virtud a la fragosa altura,
camina a la desgracia, mientras goza,
en el campo feraz de la ignominia,
de iniquidad el premio el delincuente.
Mira en torno de ti y aprende cauto,
si a la opulencia aspiras, el secreto
que conduce al poder. Miente, calumnia,
oprime, roba, profanando siempre
de patria y libertad el nombre vano:
bajeza indigna, adulación traidora,
previsor disimulo, alevosía
y sórdido interés por ley suprema,
presto te elevarán; y tu infortunio
sombra será como el terror de un sueño.
¿No ves a Espino el cínico, que entona
el hosanna triunfal para el que vence,
y, cuando pasa al Gólgota, le insulta
gritos lanzando de exterminio y muerte?
Pues serena su vida se desliza
de revuelta en revuelta, como corre,
del rugiente Sangay en el declivio,
entre ceniza y desgarradas peñas,
infecta fuente de insalubres aguas.
Y Corredor, y Viperino, y tantos
cobardes y rebeldes, que a tumultos
y no a combates sus galones deben;
y el renegado y falso Turpio Vilio,
que en todos los partidos sienta plaza
y de todos, vendiéndose, deserta:
del polvo se encumbraron, impelidos
al raudo soplo de inmortal infamia.
En esta tierra maldecida, en esta
negra mansión de la perfidia, ¿sirven
para algo la lealtad, la valentía,
la constante honradez, los nobles hechos
del que a la gloria inmola su existencia?
De vil ingratitud la hiel amarga,
de la envidia el veneno y muchas veces
fatídico puñal... tal es el premio
que el Ecuador a la virtud presenta.
Malvado o infeliz: no hay medio, escoge,
decide pronto, y antes que te oprima
como dogal de muerte la desgracia...
Mas no: desprecia impávido, animoso,
los cálculos del miedo; a la cuchilla
inclina la cerviz y no a la afrenta;
y aunque furiosa la borrasca brame,
y ronco el trueno sobre ti retumbe,
inmóvil, firme tente, que al cadalso
arrastrarte podrán, no envilecerte.
Conozco, sí, la suerte que me aguarda:
présago, triste el pecho que me la anuncia
en sangrientas imágenes que en torno
siento girar en agitado sueño.
Conozco, sí, mi porvenir y cuantas
duras espinas herirán mi frente;
y el cáliz del dolor, hasta agotarle,
al labio llevaré sin abatirme.
Plomo alevoso romperá, silbando,
mi corazón tal vez; mas, si mi patria
respira libre de opresión, entonces
descansaré feliz en el sepulcro.
Quito, febrero de 1853.