A Fernando Velarde
A su paso por Ambato.
I
¿Qué misteriosa magia, dulcísimo poeta,
se encierra en tu inflamado y hermoso corazón,
que el mío deleitando le atrae, le sujeta,
y al par le comunica su fuego abrasador?
¿Por qué del alma tuya la mía aficionada
quisiera a sus destinos los suyos aunar,
y en su delirio insano verse a la vez lanzada
en pos de los portentos del gran Pachacamac?
¿Será que ha dado a entrambos su sabia Providencia
idénticas las almas, el corazón igual?
¿Será que has recibido la vívida influencia
cual yo del inti sacro, cual yo de la deidad?
¿Será que ha dado a entrambos su sabia?
¿Será tal vez que gimes, cual he gemido yo?...
Tal vez en nuestras almas el cielo habrá infundido
iguales sentimientos, idéntico dolor?...
Por eso a ti me atrajo la tierna simpatía,
apenas en mi oído tu nombre resonó;
por eso de tus versos la célica armonía,
las fibras más sensibles me hirió del corazón.
¡Oh, cuánto diera, vate de tiernos sentimientos,
por escuchar tu canto sublime junto, a ti!
¡Por exhalar osado contigo mis acentos,
sintiendo en entusiasmo mi corazón hervir!
II
Mas de la patria de Hualpa,
ya, Fernando, te despides;
y a pasos rápidos mides
la tortuosa vía real.
Ya has dejado a tus espaldas
el Cotopaxi espantoso,
de los Andes el coloso,
el mustio y raso arenal.
Y bien pronto, hijo de Iberia,
henderás el turbio Guayas,
y de Olmedo allá en sus playas
la Patria saludarás.
¿Y después? ¡lanzado
en el piélago tremendo,
de tu destino siguiendo
ciego las huellas irás.
Y las hondas del océano
imagen de nuestra vida,
de hondura desconocida
trasunto del porvenir;
y ese azul inmensurable,
como del hombre el deseo,
que audaz en su devaneo
quisiera el vate medir;
esas trémulas estrellas
vírgenes del cielo hermosas,
esas nubes vagarosas
que en lontananza se ven...
Todo, todo a tu alma ardiente
dará mil inspiraciones,
y acaso mil ilusiones,
y nuevo amor, nueva fe...
Marcha, bardo errante, marcha,
sigue tu hermoso destino,
y tu canto peregrino
haz donde quiera escuchar.
Y si un mundo no te basta
para ensanchar tu poesía,
en tu ardiente fantasía
vuela otro mundo a buscar.
Pachacamac te proteja
y te dé un ángel amigo,
que vaya siempre contigo
y vele siempre por ti.
La madre luna no altere
ni el inti los hondos mares,
cuando por ellos cruzares
este mundo baladí.
Entre tanto en las orillas
de mi torrentoso río,
levantaré el canto mío
al blando son del laúd;
y entre mis índicas trovas
conservaré tu memoria
como una prenda de gloria
que adquirí en mi juventud.
(Escrita el 21 de Noviembre de 1855).