A Filis, enferma de la garganta
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Amor, Filis mía, que enojado vio la dureza ingrata de tu corazón, vibrando la flecha con nuevo rigor, herirte dispuso, mas, ¡ay!, no acertó. Al pecho asestaba, y el vibrado arpón tocó tu garganta, y en mi pecho dio. Tú libre quedaste; yo, herido de amor; ¡Oh, qué dulce hierro, si hiriera a los dos! Tu garganta airosa, donde de tu sol ondean las hebras que el oro envidió, lastimada apenas del golpe veloz, del robusto niño percibió el ardor; percibióle sólo; padézcole yo, herido, abrasado de impía pasión. Tú de Amor te burlas, yo sufro su error; ¡Oh, qué dulce hierro, si hiriera a los dos! Tímidos deseos, que, afable, animó de tus ojos gratos el vivo esplendor, de estar a tu lado diéronme ocasión; ¡momento dichoso, si acertara Amor! De su arco invencible yo el juguete soy, pudiendo su tiro doblar el traidor. Retiró la mano, sin ver dónde hirió. ¡Oh, qué dulce hierro, si hiriera a los dos! Ay, niña adorable, no te enojes, no, si en ruegos exhalo mi amarga aflicción: que en esta venganza que Amor meditó, a mí fué la herida, y a ti la intención. Amar tu debieras como amando estoy, y ya me contento con tu compasión. Por mí de Cupido burlas el rigor. ¡Oh, qué dulce hierro, si hiriera a los dos!