A Lázaro
¡Cuánta envidia mereces,
justo hermano de Marta y de María,
que viviste dos veces:
una naciendo del primer abrigo
que en el seno materno hospeda al hombre,
y otra del seno de la tumba fría!
Tú que, con tierno nombre,
ser mereciste apellidado amigo
de Jesús por el labio sacrosanto,
y costar mereciste
a sus divinos ojos
celestes perlas de piadoso llanto,
al acercarse triste
al lugar que guardaba tus despojos.
«Nuestro amigo reposa,
vamos a despertarle de su sueño»
dice, y tributa a la amistad preciosa
su más alto portento, la más clara
muestra de su poder, antes que él mismo,
vencedor de la Muerte y del Abismo,
en gloria y majestad resucitara.
A la turba llorosa
dijo: quitad la losa;
y los ojos al cielo levantando,
y al ladre gracias dando
de que siempre sus súplicas oyera,
te gritó en alta voz: « Lázaro, fuera»
y tú el acento, que escuchó la nada
desde la negra eternidad oíste;
y cual hombre dormido a quien despierta
voz familiar, a tan potente grito
sacudiste tu sueño de granito.
¡De qué curioso espanto poseída,
inmensa turba en torno a ti apiñada,
te contemplaba en tu segunda vida,
nuevas del otro mundo demandando!
Como el que sale de visión funesta,
en sueños aterrante,
durable en el atónito semblante
la impresión recibida manifiesta,
así en la faz enjuta y amarilla
impresa conservaste eternamente
la terrible impresión que te produjo
de la muerte la horrenda pesadilla.
¡Quién entonces lograra interrogarte
y entender el misterio de la muerte;
que siente el alma en aquel trance fuerte
en que del cuerpo, se desune y parte;
y el espanto que de ella se apodera
en las orillas de esa mar oscura,
donde se pierde, atónita y viajera,
del puerto adonde arribe mal segura.
¡Con qué dolor tan áspero y violento,
desde el solemne día
que miró tu segundo nacimiento,
hasta que al fin te hirió muerte segunda,
tu tierno corazón afligiría
de tus pecados contrición profunda!
¡Cómo, compadeciendo la locura
y extrema ceguedad de los mortales,
que igualan con sus horas sus pecados,
de la tumba olvidados,
las espantadas gentes moverías
a vida de virtud y penitencia
con la eficaz terrífica elocuencia
del que vivió en la eternidad tres días!
(1863)