A Lima (3 Althaus)
La clara luna su fulgor dilata
en cielo de purísimo zafir,
y en rico manto de luciente plata
parece, oh Lima, tu beldad vestir.
Mas en vano te llama y te convida
de tan bello espectáculo a gozar
el astro en cuyas luces sumergida
toda te miro, como en claro mar.
Silenciosas tus calles y desiertas,
cuando aún las horas del bullicio son,
de tus hogares las cerradas puertas
guardan a tu medrosa población.
En vasto cementerio, de repente,
del día con el último fulgor,
te cambias, a las leyes obediente
de tu salvaje déspota señor.
Que este tu clima voluptuoso y muelle
muelles tus hijos engendró también:
hijos que sufren que insolente huelle
salvaje planta su cobarde sien.
Sumisa a los antojos de tu dueño,
hunde entre holandas la dormida faz,
y de la afrenta y la ignominia el sueño
duerme, oh sultana, en regalada paz.
De un hijo tuyo el despotismo fiero
acostumbrando tu indolencia está
a que sirvas mañana al extranjero,
que en esperanza te posee ya.
Y pues son para ti sagradas leyes
los caprichos de un déspota poder,
si la ciudad ya fuiste de los Reyes,
pronto de reyes volverás a ser.
(1865)