A Pilar
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
Cuando la noche su velo
tiende por el horizonte,
y tras el más alto monte
el sol se oculta del cielo.
En un jardín, asaz bellas,
varias y vistosas flores
con sus fragantes olores
embalsaman las estrellas.
En el jardín, como ves,
todo el mundo tiene entrada,
pero no hay que tocar nada
porque gran delito es.
Y en las noches apacibles
ver las flores, no tocarlas,
que aun a veces de mirarlas
resultan cosas terribles.
¡Cuántas blancas azucenas,
tan inocentes y hermosas,
hoy recuerdan pesarosas
aquellas frescas verbenas!
Admirarlas es, acaso,
lo que tan sólo al que va
le permiten, y aun podrá
resultar algún fracaso.
Ahora bien: tú tendrás pena
por saber, Pilar, en donde
tan bello jardín se esconde
y de condición tan buena.
Pues si es que no lo adivinas
—al menos así lo creo —
el jardín es... el paseo
que al presentarte iluminas.
Y las flores delicadas
que embalsaman el ambiente,
las hermosas, que la gente
allí admira enamoradas.
Yo por el jardín pasé,
y la belleza y color
allí admiré de una flor
que en el jardín encontré.
Sin duda era la más bella
de aquel pensil tan hermoso,
y sobre el tallo gracioso
se miraba en una estrella.
La seguí, pero fué en vano;
quise mirarla, y cegóme;
y a no verla condenóme
un jardinero inhumano.
..................................
La flor eres tú, Pilar;
y en vano aspirarte quiero,
que el maldito jardinero
no quiere dejarme entrar.