A Somoza
Apariencia
En vano el ingenio animas Que ya olvidado reposa Y de mi lira pretendes Que a tus acentos responda. ¡Versos yo! Si los cantara Entre estas ásperas rocas Y en estos campos ingratos Aborrecidos de Flora, ¿Cómo pudiera vestirlos De la elegancia y la pompa Con que los hijos de Apolo Dan vida eterna a sus obras? Quizá lo fui yo algún día Y la délfica corona Refrescó tal vez mis sienes Con el verdor de sus hojas: Cuando del Padre Océano Canté el poder y la gloria Escuchándome las Ninfas Y aplaudiéndome las ondas; O cuando rayos lanzaba Al opresor de la Europa En ecos antes no usados De las Musas españolas. Huyó aquel tiempo: los años, Las desventuras me agobian, Y lo que antes fue osadía En desaliento se torna. Huyó aquel tiempo, y no es fácil Que yo con fuerzas tan pocas, Para que el mundo me escuche, Mi largo silencio rompa. Canten los que son dichosos; Pero el infeliz que llora, Guarde para sí el gemido Y sus lástimas esconda: Que las orejas del mundo Son esquivamente sordas Al lamentador poeta Que en vez de cantar solloza. Cuando de la vida mía, Ahora ya tan borrascosa, Pero entonces tan serena, Comenzó a rayar la aurora, Mil grandiosas esperanzas Eran mi existencia toda Que el ánimo me exaltaban Entre ilusiones hermosas, La libertad y la patria Con la luz que las corona, La beldad con sus encantos, Con sus laureles la gloria, Númenes fueron celestes Que mi alma nueva y fogosa, Postrada ante sus altares, Adoraba a todas horas. ¡Qué de incienso entre mis manos! ¡Cuántos himnos de mi boca Salieron, poblando el aire De alabanzas y de aromas, Que después cambió la suerte, Tan temeraria y tan loca, En ponzoña que me abrasa Y en dogales que me ahogan! ¿Dónde os fuisteis desde entonces Imágenes deliciosas, Pensamientos grandes, dónde, Dónde aquel numen?... Perdona, Dulce amigo, si tan lejos, Donde la suerte me es torva, El bálsamo saludable De tu voz consoladora, Mi corazón hostigado De tan acerbas memorias A la hiel del desaliento Tristemente se abandona. ¿Quieres que cante? Pues alza De sus ruinas lastimosas Ese templo cuya afrenta A ira y lástima provoca Saca a la infeliz España De la profunda mazmorra En que aherrojada la tiene La iniquidad de la Europa Despierta en sus hijos viles Aquel sentimiento de honra Que un tiempo los alentaba Al laurel y a la victoria; Y entonces quizá se anime Mi voz trabajada y ronca, Y a lucir vuelva en mi frente Del Genio la sacra antorcha. Entonces también mi lira... Mas ¿qué esperanza traidora A tal delirio me lleva Con sus falaces lisonjas? Nunca ya en las manos mías, Compañera de mis glorias, Te verás, hinchendo el aire Con tu voz majestuosa, Lira de oro: nunca. Un día Como prenda o como joya Brillante en las nobles aras De mi patria victoriosa Cayó, y del ciprés infausto, Que a su sepulcro da sombra, Para padrón o escarmiento Te miras pendiente ahora. Allí la lluvia te ofende, Allí los vientos te azotan, Y algún esclavo que pasa Con vil furor te baldona. Yo sé que tú te estremeces, Y en tus cuerdas, aunque rotas, Algún eco sordo se oye De indignación y congoja. Sufre ¡oh lira!: igual destino A tu triste dueño acosa Juguete de la fortuna Que en sus afrentas se goza. Él calla, imita su ejemplo; Y desamparada y sola Déjate mecer del aire, Guarda silencio y reposa. Abril de 1826.