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A beneficio del señor López

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A beneficio del señor López
de Mariano José de Larra


No habiendo en la función a beneficio del señor López ninguna verdadera novedad, no era nuestro objeto dedicarle un artículo, pero por una rara casualidad ha venido a parar a nuestras manos la siguiente carta, que sin duda un forastero recién venido escribe a algún punto de provincia a su familia.

«Querida esposa:

»Con esta fecha he llegado bueno a Madrid, donde ha sido mi primer cuidado asistir al teatro; no lo extrañarás si recuerdas las comedias caseras que nos dan ahí en casa del intendente, y el hambre que de un teatro regular tiene uno en esos pueblos de provincia.

»Como era ya de noche, ni pude ver el cartel, ni me enteré de anuncio alguno; pero ¿qué importa?, dije yo. Veamos la función, que más me ha de enterar ella que el anuncio.

»La cosa, según conté, tenía cinco actos.

»Primer acto. Comienza la función con un tal don Nuño, que se queja de una herida que recibió hace un año, pero la cual no le molesta para casarse, por lo que sin duda pide la mano de una tal doña Leonor; ésta no quiere dársela, y habiendo muerto un querido que tenía, llamado el Trovador, prefiere meterse monja (ahora precisamente que se van a cerrar los conventos); pero el conde don Nuño trata de robarla, a tiempo que sabe que ha entrado el enemigo en Zaragoza.

»Segundo acto. Doña Leonor va a tomar el velo en el convento; tocan el órgano; viene el muerto, que no había muerto, y los criados del conde don Nuño; sale Leonor ya monja, da un grito, se escapan los criados, y el Trovador se queda parado.

»Tercer acto. De resultas de todo eso, la muchacha Laura gime y se desespera en Venecia; y no pudiendo aguantar más, le cuenta a su papá cómo ella tenía un querido, y se casó con él de secreto, y cómo estando juntos de noche en un ameno cementerio donde se veían, vinieron unos enmascarados y le robaron al querido, prendiéndole como reo de Estado. Papá se enternece y, abogando por la muchacha, le dice a su hermano el presidente Morosini que no le va a comprender porque no tiene hijos; el otro le contesta que hable sin embargo; el senador entonces le cuenta el caso, pero sucede lo que había previsto, que como no tiene hijos, todo es griego para él. E n vista de eso se separan, y en eso hacen bien, si no ha de entenderle hasta que tenga hijos, tanto más cuanto que ya es viejo el que no entiende; el papá senador de Venecia queda lamentándose, y le cuenta su desventura al que murió por redimirnos en la cruz, el cual no sé yo si le entendería, porque tampoco tuvo hijos.

»Acto cuarto. De allí a poco dos cuadrilleros de la Santa Inquisición andan buscando a don Justo para prenderle; viene un sargento del regimiento de Asturias, deja la mochila y se va; enseguida viene un sacristán, y un administrador de un grande y dos del resguardo; el buen don Justo no los entiende, y eso que tiene una hija; pero no le prenden, porque entonces Riego levanta en las Cabezas de San Juan el estandarte de la libertad.

»Acto quinto. Fray Antolín, cansado de ver todo lo que pasa, tiene hambre, y se esconde entre las piernas un cesto con un pollo; pero fray Forzado tiene un grande interés en que fray Antolín no coma; por lo cual don Feliciano no quiere dar limosna a San Francisco; entonces fray Antolín le echa un largo sermón, del que se queda el otro en ayunas, tal vez por no tener hijos. Acabado el sermón, la tierra se traga a don Feliciano, y viene el arcángel San qué sé yo cuántos y habla con el diablo vestido de fraile; aparece Astarot en figura de don Feliciano, da limosna a San Francisco y el guardián es un excelente sujeto.

»Ésa es la comedia, de la cual francamente me resultó tal confusión en la cabeza que no te lo puedo ponderar; envíotelo a contar porque yo no he entendido una palabra, de donde infiero que desde que falto de ésa deben de haberse muerto mis hijos, porque a tenerlos todavía yo debía de haberlo entendido todo.

»Sácame por Dios de tan horrible duda, si bien temo que me vengas diciendo que no han muerto, casi tanto como la infausta noticia; porque si llegas a escribirme que viven todavía, habré de inferir que no son míos, y ya ves si esto es cosa de afligir a un buen padre de familias; casi quisiera mejor que me dijeras que viven, pero que tú tampoco has entendido la comedia, porque entonces sacaría la consecuencia de que ni son tuyos ni míos, en cuyo caso nos echaremos a discurrir cómo han venido a casa esos angelitos.

»Quedo en la mayor ansiedad, esperando tu respuesta y renegando del viaje a Madrid, que en tan graves confusiones me pone.

»Queda tuyo, etc.»

Ésta es la carta que hemos encontrado, y que no queremos ocultar a nuestros lectores, los cuales, si tienen hijos, ya nos habrán entendido.