A fuerza de arrastrarse: 05

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Escena tercera[editar]

PLÁCIDO; después, CLAUDIO y JAVIER, hermano de BLANCA.


PLÁCIDO.-Ese bestia es feliz: se contenta con lo que tiene a su alcance. Es feliz Blanca con traerme unas cuantas flores, que yo luego tiro al suelo cuando ella se va. Esas flores son felices conque les llegue un rayo de sol. (Dando un puñetazo en la mesa.) Y hasta creo que es feliz esta mesa estúpida, que, afirmando sus cuatro patas, se queda donde la ponen, sin desear ir a otra parte. ¡Yo, no; yo me ahogo aquí; yo quiero ir a otra parte, donde se brille, donde se luche, donde se goce!

CLAUDIO.-¿Estabas declamando? ¿Piensas hacerte actor?

PLÁCIDO.-Pienso hacerme diablo; ¡que los diablos me lleven!

JAVIER-A eso venimos.

PLÁCIDO.-¿Y adónde me lleváis?

JAVIER.-Si somos diablos, ¿adónde te hemos de llevar? Al infierno.

CLAUDIO.-A Madrid, quiere decir éste.

PLÁCIDO.-¿Con bromitas venís?

JAVIER.-YO no bromeo. Yo voy a Madrid. Conque a ver si os animáis. A Madrid; y me llevo a mi hermana Blanca, que es toda mi familia.

PLÁCIDO.-¿Pero cómo es eso?

JAVIER.-Me tienes envidia, una envidia rabiosa, te lo conozco en el tono.

PLÁCIDO.-Sí; rabiosa.

JAVIER.-Como ése.

CLAUDIO.-Como yo: rabiosa.

JAVIER.-Pues verás. Pero sentémonos.

PLÁCIDO.-Sentémonos, pero con tino.

JAVIER.-Tú sabes que mis padres, sin ser ricos, estaban bien acomodados y hacían buen papel en Madrid.

CLAUDIO.-Como mi familia.

PLÁCIDO.-Como la mía. Ni estado llano, ni estado noble; vanidad y poco dinero. Para gastar, marqueses; para ganar, ni obreros. Querer tocar las nubes y no tener torres a que subir. Llevar plomos en los pies y alas en el deseo. ¡Aleteo plomizo!

CLAUDIO.-Aleteo plomizo. Así somos los tres.

JAVIER.-¡Cuántas veces hemos hablado de esto mismo desde que nos conocimos en la Universidad!

CLAUDIO.-Tres carreras empezadas...

PLÁCIDO.-Y ninguna concluída.

JAVIER.-Tres naufragios y los tres de cabeza a Retamosa del Valle.

PLÁCIDO.-Adelante.

JAVIER.-Las tentaciones de mi familia eran grandes, porque la mayor parte de sus amigos eran personas de gran posición. La madrina de Blanca eran una gran señora: doña Mercedes, la hermana del marqués de Retamosa del Valle.

PLÁCIDO.-¡Gran personaje! Hombre político de primera, senador, marqués y una fortuna colosal: todo lo que alcanza la vista es suyo.

CLAUDIO.-¡Si no fuera más que eso! Dicen que tiene más de veinte millones de pesetas.

JAVIER.-¡Más, mucho más! Pues con esa gente alternábamos. Mi padre quiso hacer gran fortuna en poco tiempo; jugó a la Bolsa, se arruinó y se murió de pena. Y mi pobre madre, de pena se murió también. Tuve que abandonar la carrera, y aquí me vine con Blanca a un casucho casi tan lujoso como éste.

PLÁCIDO.-Esa es la historia antigua. Ya la conocíamos, y se parece mucho a la nuestra. Pero dijiste que ibas a Madrid. ¿Es que ha cambiado tu fortuna? ¿Te ha caído la lotería?

JAVIER.-Nada de eso. Es que me propuse salir de este villorrio: la voluntad puede mucho.

PLÁCIDO.-A ver cómo pudo.

JAVIER.-Ya os he dicho que doña Mercedes fue la madrina de Blanca. Blanca y la hija del marqués eran niñas, se encontraban en casa de doña Mercedes y eran amiguitas.

PLÁCIDO.-¡Sí, Josefina, la hija única, la heredera millonaria! Pero dicen que es fea, casi contrahecha, la columna vertebral desviada, el alma torcida, egoísta, voluntariosa, mal educada, antipática...; y ella, un mal engendro, rica..., y Blanca, un ángel y un sol, ¡pobre!... ¡Así es el mundo!... ¡A él sí que se le torció el espinazo!... ¡Hay que enderezarlo o romperlo!

CLAUDIO.-Pero ¿cómo? Eso es lo que tienes que decir, que lamentarse se lamenta cualquiera.

PLÁCIDO.-(A JAVIER.) Sigue..., Sigue.

JAVIER.-Pues aprovechando esas antiguas relaciones, que los marqueses habrán olvidado de seguro, pero que yo no olvido, le escribí al marqués pidiéndole protección.

CLAUDIO.-Ya.

JAVIER.-Y no me hizo caso.

CLAUDIO.-Claro.

JAVIER.-Y le volví a escribir una carta que partía los corazones. ¿Qué digo los corazones? ¿Habéis visto que está partido el poste kilométrico de la salida del pueblo? Pues fue que sobre él dejé la carta un momento mientras encendía un cigarro. (Riendo.)

CLAUDIO.-(Riendo.) Buena carta.

PLÁCIDO.-¡Buena, buena! ¿Y el marqués de Retamosa del Valle?

JAVIER.-Nada.

PLÁCIDO.-Más duro que el marmolillo.

JAVIER.-¡Le escribí hasta cinco cartas! Y como si se las hubiera escrito al emperador de la China. Al fin conseguí que Blanca le escribiera a Josefina. Me costó trabajo, mucho trabajo, porque Blanca es orgullosa; pero la convencí de que iba a tirarme al río si no me sacaban de Retamosa..., y escribió ¡como ella sabe!

PLÁCIDO.-Sí sabe, sí.

JAVIER.-Esta vez, triunfo completo. El marqués me da colocación en su periódico, uno de los primeros de la corte: El Faro del Porvenir, y ése es mi faro. La colocación es modesta, pero lo que yo quiero es ir allá. Y Josefina protegerá a Blanca, la llevará alguna vez al teatro, y en coche. ¡En fin, que veo luz!

CLAUDIO.-Yo sigo a oscuras. No tengo la suerte que tú. Ni tengo hermana bonita, ni madrina rica, ni protector marmolillo.

JAVIER.-Calla, hombre, que cuando yo sea algo ya te daré la mano.

CLAUDIO.-(Por PLÁCIDO.) ¿Y a ése?

JAVIER.-También. Os protegeré a todos.

PLÁCIDO.-Yo me protejo a mí.

CLAUDIO.-¿Tú tendrás amigos en Madrid?

PLÁCIDO.-Ninguno.

JAVIER.-Pues, entonces...

PLÁCIDO.-(A JAVIER.) Tengo mis planes. Antes que tú, estaré en Madrid.

CLAUDIO.-¿Con qué recursos cuentas?

PLÁCIDO.-Realizaré cuanto tengo.

CLAUDIO.-(Riendo.) Levántate, Javier, que le vamos a estropear los muebles y tiene que hacer almoneda.

JAVIER.-(Levantándose y riendo.) ¡Es verdad!

PLÁCIDO.-Todavía tengo algo, que se lo venderé a don Rufino. Es un cuadro, allá de los tiempos de nuestras grandezas. En París me darían por él quince mil pesetas, porque es de uno de nuestros grandes pintores modernos. A don Rufino lo menos le sacaré tres mil, porque él no consiente que se le escape la firma. Poco es, pero con tres mil pesetas se puede hacer el viaje y vivir allí algunos meses.

CLAUDIO.-Vamos, que tú también eres feliz: ¡todos vosotros!

PLÁCIDO.-(A CLAUDIO.) Y tú también, porque tú vienes conmigo.

CLAUDIO.-¿Yo..., has dicho que yo?... ¿A Madrid contigo? Enciende, enciende ese cabo (A JAVIER.), que está oscuro y quiero verle la cara a ver si bromea. (JAVIER enciende el cabo. PLÁCIDO pasea muy nervioso, CLAUDIO le sigue y le trae a la luz y le mira de frente. Ya es noche cerrada.) Pues parece que lo dice de veras.

PLÁCIDO.-Y tan de veras. Los tres allá y los tres unidos; y los tres a luchar. Os necesito.

JAVIER.-Magnífico.

CLAUDIO.-Me parece que estoy soñando.

PLÁCIDO.-Los tres marchando a la par, podemos hacer mucho. En otros tiempos, menos mezquinos que estos en que vivimos, el camino a mis ambiciones estaba trazado. ¡Tiempos de férreas armaduras, de pesados lanzones y de tajantes espadas! ¡Formaría una partida de bandoleros si era preciso: yo, el capitán! Hoy, tres. Dentro de poco, quince. Algunos meses más tarde cincuenta. Con el robo, o llamémosle botín, mantendría una mesnada, me pondría al servicio de un conde o de un duque, y al fin sería duque o conde, y quién sabe si llegaría a emperador o rey.

CLAUDIO.-Para eso no cuentes conmigo.

JAVIER.-Ni conmigo tampoco: no sirvo.

PLÁCIDO.-Ni yo. Las armaduras pesan mucho para los aventureros de hoy. Además, los petos y los espaldares son rígidos, no dejan libertad al espinazo para doblarse. Hoy los procedimientos para medrar son otros, requieren gran flexibilidad. Quien tenga genio, elocuencia o saber, que suba a saltos. Nosotros tenemos que subir lentamente. ¿Conocéis la fábula del inmortal autor de Los amantes de Teruel?

CLAUDIO.-¿Cuál?

PLÁCIDO.-La que se titula El águila y el caracol.

JAVIER.-No la recuerdo.

PLÁCIDO.-Es muy breve. El águila real que anida en eminente roca, ve cierto día que un caracol de la honda vega había logrado llegar hasta su altura, y le pregunta, sorprendida:


«¿Cómo con ese andar tan perezoso
tan arriba subiste a visitarme?»
«Subí, señora-contestó el baboso-,
¡a fuerza de arrastrarme!»


¿Podemos ser águilas?, pues a volar. ¿No podemos?, ¡pues seamos babosos, pero arriba!

JAVIER.-¡Este piensa lo que piensa!

CLAUDIO.-Y sabe lo que dice.

JAVIER.-¡A Madrid!

CLAUDIO.-A Madrid, y tú nos mandas.

PLÁCIDO.-Convenido. A luchar. ¡Lucha prosaica, vulgar, mezquina! No esperéis nada grande. ¡No entraremos ciertamente en la ciudad troyana!

CLAUDIO.-Como entremos en una plaza de tres mil pesetas, a mí me basta.

PLÁCIDO.-A mí, no.

JAVIER.-Sea lo que el ministro disponga.

CLAUDIO.-¿Conque me llevas?

PLÁCIDO.-Te llevo.

CLAUDIO.-(A JAVIER.) ¡Pues acompáñame, para que entre los dos convenzamos a mi pobre abuela! ¡La pobre lo va a sentir mucho!

JAVIER.-Vamos allá.

CLAUDIO.-Y luego volveremos para rematar nuestro plan.

PLÁCIDO.-Hasta luego.

CLAUDIO.-Hasta luego.

JAVIER.-Adiós.

CLAUDIO.-(Aparte.) Este Plácido hará carrera: tiene talento.

JAVIER.-(Aparte.) Y poca aprensión.

CLAUDIO.-(Aparte.) Bien mirado, nosotros tampoco tenemos mucha. (Salen riendo CLAUDIO y JAVIER.)