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A fuerza de arrastrarse: 22

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Escena III

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El MARQUÉS; a poco, PLÁCIDO.



MARQUÉS.-La verdad sea dicha, me disgustaría profundamente encontrarme en el caso de Plácido. La vida es triste..., pero perderla sin motivo fundado es más triste todavía. Hola, Plácido, ¿estaba usted ahí?

PLÁCIDO.-(Entrando siempre con aire modesto.) Me dijeron que me llamaba usted, pero al acercarme vi que hablaba usted con mis padrinos y no quise molestarlos a ustedes.

MARQUÉS.-Siempre discreto y respetuoso.

PLÁCIDO.-Es mi obligación.

MARQUÉS.-¿Y no siente usted cierta inquietud nerviosa?

PLÁCIDO.-No, señor. Cumplo mi deber, demuestro que soy agradecido y voy a castigar a ese..., a ese hombre que ha insultado groseramente a mi bienhechor.

MARQUÉS.-Me admira usted, Plácido. En este siglo miserable en que vivimos, quedan pocos hombres como, usted.

PLÁCIDO.-¡Ay, no, señor; yo creo que hay muchos como yo!

MARQUÉS.-En fin..., si ha de ser, mucha sangre fría, mucha tranquilidad; en más de un lance apurado me salvó esta sangre fría que la Naturaleza me dio, y que todos conocen.

PLÁCIDO.-Ya que no en otras cosas, procuraré en ésta imitarle a usted, señor marqués.

MARQUÉS.-(Le contempla con admiración y cariño.) Mire usted, Plácido, hay momentos en que siento impulsos de tomar su puesto... de usted en ese lance. ¡Ya vería don Claudio lo que era bueno!

PLÁCIDO.-Eso sí que no lo consentiría yo.

MARQUÉS.-¡Pero mi hija, mi pobre Josefina! ¡Si no fuera por ella!... ¡Los hijos atan mucho! ¡Hasta que tuve a mi hija, yo era un hombre agresivo..., temible..., violento!... ¡Tuve a Josefina..., y aquí me tiene usted convertido en borrego! (Riendo.)

PLÁCIDO.-Se le conoce..., se le conoce... Señor marqués, voy a pedirle a usted un favor.

MARQUÉS.-Lo que usted quiera. Almas como las nuestras se comprenden.

PLÁCIDO.-Pudiera ser que la suerte me fuera adversa. Si yo muriese, no abandone usted a Javier: es para mí como un hermano. No abandone usted a Blanca: siempre fue una hermana para mí. ¿Me lo promete usted?

MARQUÉS.-¡Se lo prometo! ¡Se lo juro! (Se dan la mano.) Pero una vez prometido y jurado, algo tengo que decirle a usted en forma de consejo. Plácido, no se fíe usted de Javier ni de su hermana.

PLÁCIDO.-¿Por qué?

MARQUÉS.-Porque no le quieren a usted. Porque le tienen envidia. ¡Porque le odian!... ¡Le odian, sí, señor! Yo conozco a la gente.

PLÁCIDO.-Pues ¿qué han hecho?

MARQUÉS.-No estar, como nosotros, angustiadísimos por la situación en que usted se encuentra. ¡Lo natural, señor, lo natural! Pues ellos, los amigos de siempre, los hermanos queridos, tan frescos, tan indiferentes, ¡como si tal cosa!

PLÁCIDO.-Será por cortedad, por disimular...

MARQUÉS.-¡Qué bueno es usted y qué cándido! Odio, envidia, malas pasiones, porque ven que usted sube y sube; ¡y subirá, yo se lo fío!

PLÁCIDO.-(Sin poder contenerse.) ¡Subiré!

MARQUÉS.-Déjeme usted a mí. ¡Ahora, a olvidar esas pequeñeces! Ánimo y serenidad, y un abrazo. (Se abrazan.) Ya los tiene usted ahí a los dos. Vendrán a despedirse. ¡Unas lagrimitas y unos suspiros dulces! ¡La suavidad del reptil! Yo estoy a la mira, y en cuanto suenen dos tiros interrumpo el lance atropellando por todo. Adiós, Plácido... ¡Le dejo con sus buenos amigos!... ¡Adiós! (JAVIER y BLANCA están en la puerta. El MARQUÉS pasa desdeñoso, sin dignarse saludarlos.)