A la gloriosa muerte del coronel Don Patricio Bray

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​A la gloriosa muerte del coronel Don Patricio Bray​ de Pedro Antonio de Alarcón


ELEGÍA PARA EL ÁLBUM DE SU SEÑOR HIJO.

    ¡Númenes de dolor, templad mi lira!
 ¡Vírgenes de la Iberia, dadme llanto!
 ¡Musa de la memoria, quema olores!...
 La heroica muerte del soldado canto...
 ¡Genios, sembrad en su sepulcro flores!
    ¡Era un héroe! -Murió-. Murió en campaña,
 y en su crispada diestra
 apretaba el acero
 al lanzar con el aye prostrimero
 un tierno adiós a la infeliz España.
    Murió en la lid siniestra,
 civil y fratricida
 del torpe despotismo
 contra la santa libertad querida...
 y «¡Libertad!» diciendo el labio inerte.
 en aras de la patria dio la vida...
 ¡Pensaba redimirla con su muerte!
    Ronco se queda el atabal guerrero:
 la altiva frente del feroz soldado
 mustia se inclina; y en su rostro fiero,
 con el sol de las lides atezado.
 brilla lágrima ardiente,
 que al corazón le arranca la tortura
 del acerbo pesar que su alma siente...
 El león español temblando llora,
 y su rugido de feral bravura
 ¡torna el dolor en ayes de tristura!
    ¡Bray murió! Liado en su bandera.
 Y al compás de la hórrida metralla,
 le llevan a la tumba sus soldados:
 fúnebre y ronca música guerrera
 marcha con el cortejo: al aire estalla
 del lúgubre clarín el grito helado,
 Y el timbal desconsuela y ensordece
 con su son cadencioso y destemplado,
    Inmóvil va la espada
 junto a la inmóvil mano de Patricio...
 ¡su faz inanimada
 parece blanca rosa marchitada!
 ¡Es tan joven!... La bella desposada
 le vio partir un día, quebrantando
 el de amor aún reciente yugo blando...
 -¿A dónde vas? -le dijo:
 -A defender los fueros españoles,
 Bray repuso, besando al tierno hijo
 y ala guerra partió; lidió en la guerra,
 y ¡ay! a los pocos soles,
 hijo y madre eran solos en la tierra,
    ¡Murió! Mas no murió, mi caro amigo
 que vive en la memoria del Ibero
 y en las páginas áureas de la historia:
 vive su prez, su nombre va contigo,
 y en su fama inmortal vive su gloria.
 ¡Hijo de Bray! tu padre,
 triunfando de la muerte,
 te circunda de honor y de ventura:
 ¿no alzas la sien orgullecida al verte
 hijo de aquel que con su sangre pura
 regó el árbol sagrado
 de nuestra libertad, a cuya sombra...
 ¡Libertad! ¡Ay! ¿por qué el labio te nombra?
 ¿do están los frutos de ese bien soñado?
 ¿dónde está, pobre España,
 el ídolo amasado
 con sangre de tus hijos?
 ¿do el monumento que la sangre baña
 de Mariana, de Riego y de Torrijos?
    ¡Libertad! sueño hermoso de la vida
 alimento de grandes corazones,
 dicha acaso perdida
 por Adán del Edén en los dinteles;
 sagrada libertad, hija del cielo,
 he aquí, bajo el dosel de esos laureles,
 otra víctima más... ¡oh desconsuelo!
 ¡Libertad! triste reina destronada,
 que lloras decepciones, reclinada
 en tumbas mil y mil; perdida diosa,
 que cobijas doquier bajo tus alas
 de mártires sin fin la helada losa;
 arcángel sin ventura,
 que la pálida faz, en tus cabellos
 tristemente encubierta,
 abates, y con ellos
 lágrimas de ignominia enjugar quieres,
 ¿por qué bajaste al corazón del hombre
 a encarnarte a su anhelo,
 si eres visión fantástica sin nombre,
 si eres la peregrina de este suelo?
    ¡Cuántas veces las orlas de tu manto
 asieron delirantes las naciones,
 y huiste, y encontraron con espanto
 de tu veo en su mano los girones,
 mientras nueva opresión con férreos clavos
 la cadena amarrábales de esclavos!
    ¡Y aún ansiamos por ti, cuando los ojos
 contemplan esta urna funeraria
 que encierra los despojos
 del héroe liberal, y solitaria
 a la viuda ven, huérfano al hijo,
 la patria sin ventura,
 y al español gimiendo en la amargura
 tus negros desengaños
 de luto y guerra tras los fieros años!
    ¿Y esperanza no habrá?¿Y así muriendo
 uno tras otro a manos del verdugo,
 o en la ruda pelea,
 o de la edad bajo el pesado yugo
 irá esa grande y luminosa idea
 a perecer, del mundo aún no gozada,
 cual sol que en día lóbrego se eleva
 tras de nubes, y a ocaso el rumbo lleva
 sin lanzar a la tierra una mirada?
 Allá está el porvenir, encapotado,
 fatídico, nublado,
 que relámpagos fúnebres arroja
 al mundo estremecido:
 la esperanza está allí, sobre la roja
 superficie del mar: mientras retumba
 el bronce en el oriente
 siguiendo vuestra obra,
 ¡mártires! ¡bendigamos vuestra tumba!
    Manes ilustres, sombras veneradas,
 por nuestra Libertad sacrificadas,
 oíd de gratitud el tierno canto
 que os eleva mi voz, y sed dichosas
 en vuestros monumentos, invioladas...
 porque al menos ahí, sombras augustas,
 si en este mundo libertad no hubiere
 tus lazos rotos ven la almas justas...
 ¡El hombre sólo es libre cuando muere!