A la memoria del malogrado sacerdote don Gregorio M. Céspedes

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​A la memoria del malogrado sacerdote don Gregorio M. Céspedes​ de Olegario Víctor Andrade


Amó la libertad con patriotismo.

Abrazó la virtud, y del civismo
A todo un pueblo iluminó la huella.

M. A. M.


¡Silencio! que la brisa murmura en la ribera,
las ondas agitando con fúnebre clamor;
y un eco misterioso repite por doquiera
fatídicos acentos que mueven mi dolor.

Los gritos aterrantes de un pueblo condolido
se lleva por los aires el céfiro veloz,
y un canto de ternura cual lúgubre gemido
se eleva hasta el alcázar magnífico de Dios.

¡Ha muerto! todos dicen ; el pérfido elemento
robó las esperanzas de un bello porvenir,
cual flores arrastradas al ímpetu del viento,
que pierden su belleza, su mágico vivir.

¡Ha muerto! cuando apenas su frente levantaba
mecido por los sueños de paz y de virtud;
¡ha muerto! y a ese pueblo que tanto le adoraba
le ofrece un bello ejemplo su tierna juventud.

Dejad al pobre vate que, trémulo, la lira
pulsando en el momento levante su cantar,
y el eco lastimero del pecho que suspira
consagre a ese virtuoso ministro del altar.

Y arroje en esa tumba que cubre sus despojos
diamelas y jazmines con hojas de cipré,
que borren del sepulcro los ásperos abrojos,
naciendo blancas rosas, emblema de la fe.

Ceñid su frente con esas flores
que altivo el viento no marchitó ;
pues ya la luna con sus fulgores
bosques y llanos iluminó.

Mece la brisa del manso río
las blancas olas sin murmurar;
noches hermosas las del estío
para el que siente triste pesar!

Venid, amigos; todos unidos
alcen plegarias del corazón,
que si lo agitan fuertes latidos,
cede al impulso de una emoción.

Venid, amigos; con tierno llanto
bañemos todos ese ataúd ;
nadie suspire, calle mi llanto,
que es el asilo de la virtud.

Uruguay, Enero de 1856.