A la patria con motivo de la terminación de la guerra civil
Apariencia
No siempre, ajena a tu pasión ilusa pero no a tu dolor, oh Patria mía, verás muda, y sombría, y esquiva y fiera a mi ignorada musa. No siempre en noble ira su balbuciente labio responderá a la voz de la mentira con el silencio o con el duro agravio. Hoy, depuesto su enojo, a la confusa turba gozosa uniéndose, su canto mezcla del pueblo al jubiloso grito, y aún en su rostro pálido y marchito brillan las risas a través del llanto. ¡No, no es el himno triunfador! No temas, Patria, que en las supremas horas de tu aflicción, cuando el tributo de las lágrimas tristes baña tu faz, y cuando el negro luto por tantos hijos que murieron vistes, no temas que implacable ella con dulce estrofa, como en villana mofa, de honor, de gloria y de laureles te hable. Cuando en un pueblo estalla la lucha fratricida, no va sobre sus campos de batalla la audaz Victoria del Honor seguida: va el Pecado no más, va la proterva desolación, y un eco sobrehumano clama en los aires con palabra acerba: «Caín, Caín, ¿qué has hecho de tu hermano?» ¿Quién, pues, que noble sea de triunfos hablará? La ardua pelea fue un amargo deber, y hoy que cumplido fue por ti, oh Patria, del combate infame los trances dad al perdurable olvido. ¡Que ningún pecho inflame ominoso el rencor! Los vencedores pendones enlutad, y esos aceros, de un crimen vengadores, inclinando hacia tierra, los primeros sed que lloréis sobre la tumba fría de los que unió la muerte en sacra paz tras de contienda impía. Que oculte avergonzado el varón fuerte sus heridas sin gloria, y que, de Dios malditas, rasgar podamos de la patria historia las hojas, ¡ay!, con nuestro oprobio escritas. Que harto para memoria de nuestra infausta suerte durarán las rüinas todo un siglo quizá. Los rotos muros de la ciudad entrada; los oscuros restos del templo profanado; el yermo campo talado; al pie de las colinas los solitarios pueblos; sobre el monte la soberbia trinchera; al fin del horizonte del bosque antiguo la gigante hoguera; el puente roto sobre el ancho río, y en el hogar sombrío la orfandad, la miseria, el duelo, el llanto, y acaso horrible el deshonor, bastante causa han de ser para que a cada instante trémulo surja el renovado espanto. ¡Ah!... ¡Felices si el santo temor de igual desolación nos veda de la discordia el castigado crimen! ¡Felices si redimen nuestros dolores, de la Patria amada la miserable suerte, y si en el tierno corazón de sus hijos todas las madres de la Iberia imprimen la ley cristiana del cariño eterno! ¡Amor y paz!... Que la dorada espiga los surcos que el cañón abrió en la tierra fértil encubra, y que la sombra amiga del árbol torne a coronar la sierra. Que, sin temor del daño, baje a abrevarse al apacible río el balador rebaño. Que en la festiva danza de la plaza del pueblo las doncellas rían y hablen de amor y de esperanza. Que cruce por la selva, donde el silencio duerme, cuando al hogar abandonado vuelva, solo, el soldado de la Patria inerme. Que al pie de la alta cruz de los caminos reposen los cansados peregrinos. Que el recelo no trunque del padre anciano el sosegado sueño. Que retumbe el martillo sobre el yunque. Que el hacha pula el derribado leño. Que en nuestros valles caiga la bienhechora lluvia, como don de los cielos, y nos traiga racimos negros y la espiga rubia, para que el pan y el vino en nuestras manos símbolo fiel de la obtenida calma, nos partamos alegres los hermanos como una santa comunión del alma. ¡Amor y paz!... Que el corazón exhausto de ternura y de lágrimas, al templo lleve el sufrido mal, como holocausto, y allí gima y medite, y que el ejemplo de tanto día infausto le hable con grande voz. Las ansias vanas de la ambición soberbia, el torpe arrullo de la lisonja vil, las inhumanas cábalas del orgullo, de la mentida ciencia la audaz palabra, el usurpado rango, la quebrantada ley de la conciencia, del goce impuro el cenagoso fango, la inicua complacencia con el delito y la honradez cobarde que en el hogar sin combatir se encierra, los monstruos son de la oprobiosa guerra que inextinguible en nuestros pueblos arde. Patria, siempre vencida en esa lucha infame, álzate erguida, y en la honra, en Dios y en tu preclara historia puestos los ojos fijos, busca el laurel de tu mejor victoria dentro del alma de tus propios hijos.