A la señorita Matilde R.

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​A la señorita Matilde R.​ de Alejandro Tapia y Rivera


¡Quince años! dorada puerta
de una vida que se ignora,
en que un ser que el cielo llora
entre lirios se despierta.


Jacinto de Salas y Quiroga



LA NIÑA.- Vengo de un mundo bellísimo; mi viaje ha sido un sueño que se llama infancia.


EL HOMBRE.- La niñez es la crisálida; de su sueño sale el ser convertido en humana mariposa. El mundo de donde vienes es indudablemente mejor que el nuestro; todos traen de allá tesoros que aquí pierden.


LA NIÑA.- Yo traigo perlas en los ojos y auroras en el corazón.


EL HOMBRE.- Esas perlas serán aquí lágrimas; esas auroras, días funestos. Acaso, por tu mal, hayas equivocado el camino; alza tu vuelo ínterin conservas la pureza de tus alas. Aquí no está lo que buscas.


LA NIÑA.- ¡Esa puerta es tan dorada, tan bella!


EL HOMBRE.- Mentira, oropel; la puerta es de hierro, cierra una cárcel.


LA NIÑA.- Al través de esos dinteles ¡cómo brillan la juventud, los encantos! Es una copia del cielo de donde vengo.


EL HOMBRE.- Pálido remedo, paisaje en lienzo, que muestra su artificio al acercársele.


LA NIÑA.- ¡Ah! las mujeres, míradlas: ¡cuán bellas! Yo también acabo de tomar su forma; como ellas voy a danzar de gozo, a reír de felicidad. Es cierto que algunas lloran y suspiran melancólicas, pero ¿son por eso menos bellas? ¡Qué rendimiento, que agasajo en sus galanes! ¡oh! ¡cuán felices deben ser!


EL HOMBRE.- Ese rendimiento es el opio que adormece, que envenena. -¡Ellas felices!


Huye la dorada puerta
de una existencia que ignoras,
que en este Edén que ya adoras,
no entre lirios se despierta.
Si en tu cándido delirio
te place nuestra existencia,
nunca sepa tu inocencia
que esta vida es... el martirio.