A las señoritas moreiras
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(Lima Agosto de 1832.)
Todo es penar, o amigas, todo es llanto para aquel que sin término camina, y que, luchando sin cesar, en tanto que tierno afecto el corazón domina, se desprende de todo, y llora, y gime, y obedece al destino que le oprime. Aislado siempre, y siempre solitario en medio del gentío, en su mente recorre el tiempo vario, que aún tiene sobre el pecho poderío, y en sus tristes recuerdos engolfado ve con indiferencia lo presente, y con dolor recuerda lo pasado. Tal del viajero que inexperta gente contempla venturoso, viene tras otro un día, que el placer usurpando y la alegría le da cansancio y no le da reposo; y tal de vuestro amigo el dolor ha llenado la existencia, sin que el tiempo, del gozo fiel testigo, mitigar ya pudiera su dolencia. Sentirá cada día nuevos males, y no tendrá quizás quien le consuele; que el hado siempre oprime a los mortales, y de su pena el mundo no se duele. Lleno el pecho de angustias y pesares, a proseguir los días que los cielos me ordenaran vivir aquí viniera. ¡Ay! La amargura, al recorrer los mares, fue de mis días sola compañera, y jamás suspendieron los consuelos el llanto que mi rostro humedeciera. ¡Cuántos motivos de llorar! Un padre que tierno yo adoraba, ya no existe; en el cielo descansa con mi madre. Una hermana infeliz que lloro triste, y que al cumplir apenas quince abriles la muerte arrebatara; mi hermano que en sus años juveniles también despareciera... ¡Ay! ¡Cuán avara se ha mostrado la suerte, con los escasos dones que acordara a mi mísero nombre! Sí, la muerte nos escogió por victimas... Si alguno a su furor escapa, condenado queda a llorar sin fin. ¡Cuán importuno y lastimoso oficio! Y es inútil y necio sacrificio querer luchar contra el poder del hado, así estaba mi pecho atormentado cuando el Perú me vio pisar su suelo; y así triste gemía cuando confuso descubrí el consuelo que en vuestro noble pecho encontraría. Nobles y desgraciadas, a mi pena no pudierais mostraros insensibles; para el triste que llora no es ajena de otro infeliz cual él la pesadumbre. Como yo sólo visteis la vislumbre de la ventura humana, y acompañadas del Perú que en luto pagaba con sus lágrimas tributo a la gracia y beldad de vuestra hermana, de luto y llanto entonce os vi cubiertas. Tarde llegué para gozar del trato de esa infeliz, mas tarde no llegara para llorar su muerte, que el retrato que por do quier hallara de su sencilla, gracia y gentileza, me cubrió, a pesar mío, de tristeza. Mas cese el triste canto, que de partir llegado es el momento; a Dios, amables jóvenes; si aumento admitiera el quebranto que el pecho despedaza, al separarme de vosotras ¡cuánto y cuánto padeciera! Pero mi pena la extensión abraza, y nada ya la aumenta o la modera.