A los marinos

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A los marinos
De la Escuadra Española

de Clemente Althaus


¡Oh de tanta maldad ejecutores!
Decid, ¿cómo pudisteis, con qué pecho,
exceder, los escándalos mayores
con la horrible perfidia de tal hecho?
Como a extranjeros no, más como a hermanos
os recibieron las orillas nuestras,
y a las aleves españolas manos
francas se unieron las peruanas diestras.
Todos nuestros domésticos hogares
os dieron fácil generosa entrada,
y en los largos coloquios familiares
os miró tomar parte la velada.
Y os oyó en nuestras mesas la confianza,
ledos alzando la espumante copa,
brindar por la amistad y por la alianza
eternas, entre América y Europa.
¡Cuántas veces, ingratos, acordaos,
en ágil danza y ruedas cadenciosas
os vieron los espléndidos saraos
guïar a nuestras vírgenes hermosas!
Con dulce agrado y amistad sincera
os halagamos todos a porfía,
y fuisteis recibiendo por do quiera
muestras de la peruana cortesía.
Y bien pudisteis conocer, al veros
agasajados por tan varios modos,
que aquí no hay naturales y extranjeros,
e hijos de igual cariño somos todos.
¿Quién disimulo tal recelaría?
En paseos, en bailes, en festines
vuestra tenaz profunda hipocresía
supo ocultar vuestros intentos ruines.
Y aún nos decían vuestros falsos labios:
«Dejad, hermanos, vuestra injusta idea,
»y no de España receléis agravios,
»que con vosotros amistad desea.
»Sabed que como a niños os engaña
»quien a recelo y desconfianza os mueva:
»con armas conquistó la antigua España,
»pero con paz y con amor la nueva.
»¿Madre amante no son o ingrata hija
»la peruana nación y la española?
»No ya a la madre odio filial aflija:
»Tornen a ser una familia sola».
Y, mientras el Perú confiado duerme,
vosotros visitáis naves y puertos,
y, contemplando a nuestra patria inerme,
os alegráis, de vuestro triunfo ciertos.
Todo fue en obra por vosotros puesto;
y para recorrer sierra y montaña,
os sirvió hasta la ciencia de pretexto,
cual si de ciencias se curara España.
Y así, cuando de tanta alevosía
llegó la rauda nueva a nuestro oído,
ninguno darle crédito quería,
y el hecho torpe reputó fingido.
Mas, ¿quién, en pago de amistad tan viva
temer pudiera tan cobarde insulto?
¿Ni quién de paz bajo la sacra oliva
el hierro aleve recelara oculto?
¡Oh tú, Pinzón! tú que con lengua ufana
de descender te jactas del marino
que tu nombre llevaba, y que en insana
envidia ardía de Colón divino:
de aquel que, con sus pérfidos hermanos,
participando del rabioso susto
de los desalentados castellanos,
capitanearon su motín injusto,
cuando la armada vil marinería
intimaba a Colón con ciega saña
dejar al punto su gloriosa vía,
y raudas proras convertir a España:
de aquel que con su rauda carabela
se desertó por torpe sed del oro,
que siempre es oro lo que España anhela
poco el nombre cuidando y el decoro:
de aquel en fin que con audacia extraña,
al nauta heroico reputando muerto,
quiso apropiarse la sublime hazaña
de haber el Nuevo Mundo descubierto.
¡Y de la descendencia infamatoria
de este villano autor de alevosías,
quien consagra su desdén la Historia,
es de la que te precias y glorías!
Negarla con rubor antes debieras:
¡mas tus infames pérfidas acciones
al mundo siempre pregonarán que eras
del linaje traidor de los Pinzones!
Y tú también de quien decir mal puedo
si eres más necio y de ignorancia henchido
que osado e insolente, oh Mazarredo,
también es de traidores tu apellido.
En torpeza, y en bárbara osadía,
Pinzón y Mazarredo, sois iguales:
bien os supo elegir quien os envía
para ministros de proezas tales.
Y tú para quien nada es cuanto he dicho,
nada cuanto jamás decir pudiera,
tú el más inmundo y asqueroso bicho,
que hasta hoy brotó la podredumbre ibera:
tú que la torpe pluma y torpe lengua
siempre empleaste en alevosas tramas,
que aún de esa cansa eres oprobio y mengua,
y aun a Pinzón y a Mazarredo infamas:
tú, cuyo nombre, oh miserable, omito,
porque mi pluma en pestilente lodo
no está empapada, y sólo fuera escrito
dignamente tu nombre de tal modo:
¡Tú, aquí tan largos lustros tolerado,
tú, viva encarnación de la insolencia,
mostrar pudiste hasta qué heroico grado
sube nuestra magnánima paciencia!
Crüel España, codiciosa, aleve,
que tan inicuos negros atentados
perpetras en el siglo diez y nueve,
y hechos que nunca vieron los pasados:
¡Ah! ¡cuando pienso en tan injusta ofensa,
mi sangre toda en lava se convierte,
y ardiendo el corazón en ira inmensa,
anhelo sangre y exterminio y muerte!
¡Para cubrirte de ignominia suma,
y el furor derramar de que estoy lleno,
quisiera, España, humedecer la pluma
en hiel, en vez de tirita, y en veneno!
¡Y pues nuevos delitos inventaste,
inventar nuevo idioma, nuevos nombres,
pues no hay ninguno que a expresarlos baste
en los idiomas todos de los hombres!
Y que volara vengador mi canto,
y que volara incendiador mi verso
de comarca en comarca, y el espanto
te hiciera, y el horror del universo.


22 de Abril de 1864.


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)