A mi patria (1 Althaus)

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​A mi patria​ de Clemente Althaus


De adverso signo mi existencia es hija:
o de naturaleza, o de fortuna,
¿qué fiero mal habrá que no me aflija?
Yo a mi padre perdí desde la cuna.
Mi esquiva fiera condición, que en vano
quise vencer con imposible hazaña,
me destierra del dulce trato humano,
y del amor y la amistad me extraña.
En nada logran encontrar remedio
y más y más se aumentan cada día
este mi universal profundo tedio
y entrañable genial melancolía.
Jamás siquiera de placer asomos
a mi triste vivir dieron los cielos;
yo y la Tristeza inseparables somos,
y de la misma madre hijos gemelos.
Misteriosa dolencia antigua y lenta,
que combatió la ciencia vanamente,
sin cesar me consume y atormenta,
y ni me mata ni vivir consiente.
Ausente me ha tenido el crüel hado
la mitad casi de mi triste vida
del patrio suelo y del materno lado,
que ni un instante mi cariño olvida.
La negra Envidia con traición me acecha;
y bañadas del Orco en el veneno,
la Calumnia feroz flecha tras flecha
lanzando está contra mi inerme seno.
Y aunque me veis en juveniles años,
anticipada la experiencia amarga,
padecí más crüeles desengaños
que contar puede la vejez más larga.
Y aún me falta tal vez el solo escudo
que me abroquela el combatido pecho,
pues humillado de mi ingenio dudo,
y del orgullo la ilusión sospecho.
Y otra desgracia el corazón me abruma,
mas que todas fatal, extraña y grave,
que no puede al papel confiar la pluma
ni al viento el labio, y que ninguno sabe.
Y mi ardiente aprensiva fantasía,
cual si de males muchedumbre tanta
no bastase, los dobla todavía,
y los prolonga todos y adelanta.
Mas tantas penas que me afligen, nada
son comparadas al dolor de verte
tan infeliz, oh patria, y humillada,
y al punto no poder cambiar tu suerte.
Sí, son los tuyos mis mayores males;
y si fuerte y dichosa y grande fueras,
los que a mí solo tocan, aunque tales,
sonrïendo mirara cual quimeras.
Por ti a quien para ti sin fruto adoro,
mi sangre toda en hiel trueca la ira,
y me deshace la piedad en lloro,
y hasta turbada mi razón delira.
Tú el pensamiento eterno de mis días,
y tú el desvelo de mis noches eres,
tú el más dulce placer me amargarías,
si posibles me fueran los placeres.
Y héroe quisiera ser por ti romano,
y dejando el laúd que en vano agrada,
en tu defensa armar la fuerte mano
con la triunfante salvadora espada.
Y en mi extremo amoroso desatino
de un dios a veces el poder anhelo
para cambiar la faz de tu destino
y hacerte reina del inmenso suelo.
¡Ah! ¡con mi sangre toda merecerte
pudiera al menos la piedad divina,
y como Curcio a Roma, con mi muerte
salvarte, oh patria, de inminente ruina!


(1858)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)