A un buho
YA Febo rubicundo
Tras de las pardas rocas de Occidente
Va á sepultar la encandecida frente,
Dejando sin su luz y triste al mundo.
Ya las sombras cual fúnebres crespones
Entre los bosques se levantan lentas:
Las fieras á los cóncavos peñones
Acuden soñolientas.
Suspende su cantar la golondrina,
La oveja sus balidos,
Se dirigen al pié de la colina
Los pastores rendidos.
Cual se pierden al viento
Del festín las postreras vibraciones
Así en murmullo lento
Se extinguen vagos y confusos sones.
Todo en silencio está, duerme natura
Bajo el soberbio pabellón del cielo.
Como el seno de inmensa sepultura
Negro se ve por donde quiera el suelo.
Nadie vela, yo solo, triste el alma,
Frente á esa inmensidad que me circunda
En brazos ¡ay! de pesarosa calma
En mil torrentes de dolor se inunda.
Se lanza el pensamiento
En mil diversos giros,
Y van en el rumor del manso viento
Vagando mis suspiros.
No hay un eco tan solo que lejano
Fiel á mi queja y á mi afán responda;
Tiendo mi mano ¡ay Dios! no hay otra mano
Que en esa horrible lobreguez se esconda.
Bajo el lujoso pabellón de seda
Duerme tranquila la mujer que amara,
Que al contemplar el llanto que arrancara
Indiferente queda.
Allí duerme el amigo
Extraño á mis agudos sinsabores;
Allí duerme el mendigo
Soñando del magnate los favores.
Y todos al influjo del beleño
Que yo desprecio en mi vigilia dura,
Buscan si no el placer, calma y holgura
En los brazos del sueño.
Mas ya resuena entre la selva umbría
Un eco de dolor hondo y profundo,
Tiene la pena mía
Un compañero en el inmenso mundo.
Bien hayas tú, nocturno peregrino.
Que entre las ramas del añoso tronco
Lamentas tu destino
Con un gemido desigual y ronco.
Bien hayas tú, porque te quejas solo,
Porque tus penas con ninguno lloras;
La ingratitud, el dolo,
Encontrarás por pago á todas horas.
Bien hayas tú, que esperas
Las horas de la noche silenciosa
Para exhalar las quejas lastimeras
De tu pena horrorosa.
Que en la mitad del día
Te ciega el sol con sus destellos rojos,
Y en la noche sombría
Brillan más con tus lágrimas tus ojos.
Bien hayas tú, habitante
De los espesos bosques, triste buho,
Queda en paz mientras loco, delirante,
Mi senda continúo.
Cual te atormenta Febo porque tienes
Nictálopes pupilas en tu daño,
Así surcan punzantes por mis sienes
Los dardos del dolor y el desengaño.
Bien hayas, porque gimes
Cuando callan el mirlo y el canario,
Y así á tu acento imprimes
La angustia del que gime solitario.
Bien hayas tú, que, como yo, comprendes
Que nadie por tus penas lloraría,
Por eso libre en la alta noche hiendes
Solo llorando, la extensión vacía.
Oh morador salvaje
De la enramada oscura,
Exhala tu gemir, que ese lenguaje
Place á mi corazón en su amargura.
No comprende mi pesar agudo
El vulgo necio, indiferente y frío,
Por eso como tú en la noche acudo
Aquí solo á exhalar el canto mío.
Bien hayas tú, que como yo no esperas
Otro sér que mitigue tus pesares;
Tú con tus ayes en el bosque imperas,
Yo enmedio á mi dolor con mis cantares.