A un tirano
Tú que marcas con sangre tu camino,
beato tigre, loco sanguinario,
Nerón cristiano, místico asesino,
que envuelves el puñal con el rosario:
tú que, el pan recibiendo que convierte
en el cuerpo de Dios el sacerdote,
a dar horrible dilatada muerte
sales, armado del sonante azote:
tú que, después del celestial sustento
que la muerte te da, si a otros la vida,
comes del hombre el corazón sangriento,
siendo la humana sangre tu bebida:
de América del Sur nuevo Luis Once,
mas de su ingenio y su prudencia ajeno,
que un pedazo de mármol o de bronce
tienes por corazón dentro del seno:
tú que eclipsas las famas espantosas
de los monstruos más fieras y crüeles,
tu a quien envidia el execrable Rosas
los infames satánicos laureles:
¿Cuándo será que de tu horrendo yugo
respiren nuestros míseros hermanos,
y mueras bajo el hacha del verdugo,
para eterno escarmiento de tiranos?
Que, aunque anhelara de uno al otro polo
ver abolida tan justa pena,
yo la dejara para ti tan sólo,
porque tú no eres hombre sino hiena.
Mas no: más vale que el atroz convite
que te envidiaran las más crudas fieras,
tu famélico vientre al fin ahíte,
y por humana sangre ahogado mueras.
(1865)