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Escena XIII[editar]

DON CENÓN y el MARQUÉS.


MARQUÉS DEL ROBLE. -Conque, cuando acabe usted de tomar aliento me contará...

D. CENÓN CARCOMA. -¡Los he visto, señor marqués! (Levantándose de repente.) Han pasado por delante de mí..., así; por mis hocicos..., sí señor, mi sobrina y el oficial.

MARQUÉS DEL ROBLE. -¡Pero hombre, en este pueblo, separado del camino!

D. CENÓN CARCOMA. -¡Ahí verá V. S.! Al fin de esta calle veo parada una silla de posta, tirada por un solo caballo: paso adelante sin hacer el menor caso, y apenas había andado diez pasos pasa corriendo la silla por mi lado, y oigo clara y distintamente estas palabras: «¡cielos, mi tío!» Era la voz de mi sobrina; y me lo acabó de probar el ver a Mendoza, que saca la cabeza por verme. Comienzo a gritar, «para, para.» ¡Que si quieres! Iba la silla que el diablo se la llevaba. En esto veo salir de las casas una multitud de salvajes que me cercan, se paran, me miran, se ríen, miran a la silla, y ninguno se mueve. ¡No es una infamia que las gentes de este maldito pueblo no presten auxilio a un hombre de bien! ¿O hay aquí algún convenio tácito de favorecer a las muchachas robadas?

MARQUÉS DEL ROBLE. -Oiga usted, don Cenón: cuando las muchachas robadas no llaman ellas mismas a su socorro, es difícil que los espectadores decidan quién tiene razón si el raptor, o el que los persigue.

D. CENÓN CARCOMA. -Por más que V. S. diga..., es un delito de negligencia...

MARQUÉS DEL ROBLE. -Vamos, tranquilícese usted.

D. CENÓN CARCOMA. -¡Cómo es posible!, ¡verlos pasar pegaditos, y no poderlos pillar!..., ¡pero qué veo!... ¿Ese que llega no es don Ventura Almazán? Él es..., por qué casualidad...