Adonis y Venus/Acto II

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Acto I
Adonis y Venus
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Hipómenes y Tebandro.
TEBANDRO:

  Deja, por Dios, la caza;
Sepamos qué es aquesto.

HIPÓMENES:

En confusión me ha puesto
Ver la campaña y plaza
Deste bosque sagrado,
De tan diversas gentes coronado.
  Las mudas soledades,
De los pastores nido,
Imitan en ruido
Las confusas ciudades,
Y a sus varios oficios
Los árboles se vuelven edificios.

TEBANDRO:

  El que va navegando,
El norte va siguiendo;
Quien ignora, leyendo;
Quien mira, preguntando.
Pregunta si te admiras,
Y no te admirarás de lo que miras.

HIPÓMENES:

  Aquí vienen pastores,

TEBANDRO: preguntemos

Qué gente es la que vemos.

Menandro y Timbreo. — Dichos.
MENANDRO:

¡Qué triste fin de amores,
Oh míseros amantes!

TIMBREO:

¡Ay, Menandro! pues amas, no te espantes.

HIPÓMENES:

  Pastores deste monte, selva y prado,
¿Qué suceso ha causado aquesta junta?

MENANDRO:

Bien muestra esa pregunta ser su dueño
No de aqueste pequeño monte.

HIPÓMENES:

Vivo
Donde su extremo altivo alcanza apenas.
Ver las campañas llenas de mil gentes
De partes diferentes, nos admira.

MENANDRO:

Toda la que se mira en este prado,
Sabed que se ha juntado a la carrera,
Que ¡nunca a Dios pluguiera se inventara!
¿De la hermosura rara nunca oistes
De Atalanta, o supistes este nombre?

HIPÓMENES:

No es justo que te asombre esta ignorancia,
Si miras la distancia de la tierra
Nuestra, que este mar cierra.

MENANDRO:

Estad atentos.
Con dulces pensamientos de casarse
Atalanta a informarse al templo vino
De Apolo; y el divino dios Febeo
Respondió a su deseo que se guarde,
Que con peligro y tarde casaría.
Ella, desde este día, por el monte
Que todo este horizonte muestra en torno,
Con varonil adorno entretenida,
Pasaba honesta vida descuidada.
Mas siendo deseada su hermosura
(Que ésta no está segura aun entre fieras),
Pensó de mil maneras esconderse,
Y vino a resolverse que al fin fuese
De aquel que la venciese...

HIPÓMENES:

¿En qué? ¿En la lucha
O en el tirar?

MENANDRO:

Escucha: es tan ligera,
Que al viento en la carrera se adelanta.
Quiso, pues, Atalanta que corriesen
Los que la pretendiesen, y rendida,
Entregarse vencida al victorioso.
¡Oh caso lastimoso, que al vencido,
Que le cueste ha querido la cabeza!
Y es tal su ligereza, que los cuellos
De mil mancebos bellos han regado
Con su sangre este prado.

HIPÓMENES:

¿Qué me cuentas?

MENANDRO:

Lo que verás si intentas la aventura.

HIPÓMENES:

Por mortal hermosura, al fin prestada,
Flor, sombra, viento, nada, ¿hay algún loco
Que se estime en tan poco?

TIMBREO:

Si la vieras,
Yo sé que no dijeras lo que dices.

TEBANDRO:

Por más que solemnices su hermosura,
La vida... es gran locura aventuralla.

HIPÓMENES:

No diera por gozalla en casamiento
Un cabello. ¡Oh, qué cuento tan donoso!

MENANDRO:

Si de su cuerpo hermoso y rostro vieras
El milagro, dijeras lo contrario.

HIPÓMENES:

Sé que el pincel es vario en la belleza.

TIMBREO:

Ésta a naturaleza misma espanta.

HIPÓMENES:

Mi vida es mi Atalanta. Dios me guarde.
Pues no soy muy cobarde; que las fieras
Deste monte y riberas deste río,
Saben el brazo mío.

TIMBREO:

Laureada
De flores viene, honrada y victoriosa,
La bella ninfa hermosa.

HIPÓMENES:

Habrá vencido
Algún necio atrevido su hermosura.

TIMBREO:

Morir tienen por dicha.

HIPÓMENES:

¡Qué locura!

Ninfas y pastores con instrumentos;
Atalanta detrás con una guirnalda de flores.
MÚSICA:

  Triunfa la hermosura,
Vence Atalanta.
Lo que cuesta se estima:
¡Viva quien mata!
No estiman los hombres
Las empresas llanas;
Todo lo que es fácil
Como fácil pasa.
Las dificultades
Merecen almas.
Lo que cuesta se estima:
¡Viva quien mata!
Siendo la hermosura
Prenda tan alta,
Por culpa del dueño
No es estimada.
Atalanta sola
Supo estimarla.
Lo que cuesta se estima:
¡Viva quien mata!

MENANDRO:

  ¿Qué te parece?

HIPÓMENES:

No sé
Cómo te diga, pastor,
Lo que en sus ojos miré.

TIMBREO:

¿Qué sientes?

HIPÓMENES:

Muero de amor:
Rayo en mis sentidos fue.
  ¡Con qué brevedad entró
Por el más noble sentido
Al alma que me abrasó!

TEBANDRO:

¿Qué dices?

HIPÓMENES:

Que estoy perdido.
Otro soy; que no soy yo.
  ¡Cuan en vano me espantaba
De aquel que por tu belleza
Una vida aventuraba,
Cifra de naturaleza
Donde su poder se acaba!
  Que mil vidas que tuviera,
Todas por ti las perdiera.
Tebandro, yo he de correr.

TEBANDRO:

¿Búrlaste?

HIPÓMENES:

Burlé, sin ver
Lo que vi; ¡que nunca viera!
  ¡Ay de mí! ¿Por qué dilato
Poner en ejecución
Lo que ya en el alma trato?

TEBANDRO:

Por tan liviana ocasión,
¿Eres a tu vida ingrato?
  Detente: no digas nada
A esta mujer, si es mujer
Cosa tan fiera y helada.

HIPÓMENES:

Si la pudiese vencer...

TEBANDRO:

Esa esperanza engañada
  Todo este campo ha teñido
De sangre, de mil que han sido
Como tú; mas Dios te guarde.

HIPÓMENES:

Y ¿seré yo más cobarde,
Si es mi amor más atrevido?
  Si alguno la ha de vencer,
¡Ay cielos! ¿no puede ser
Que sea yo? ¿Qué me acobardo?

ATALANTA:

(Aparte.)
¡Qué mancebo tan gallardo!

HIPÓMENES:

(Aparte.)
¡Qué más que humana mujer!

ATALANTA:

  ¡Oh, cuánto me pesaría
Que a pretenderme viniese!

HIPÓMENES:

 (Aparte.)
¡Ay, si la llamase mía!

ATALANTA:

(Aparte.)
¡Ay, si la muerte le diese
Y qué lástima sería!

HIPÓMENES:

(Aparte.)
De la sentencia el rigor
Me hiela; abrásame amor.
Temor me está deteniendo;
Pero amor me está diciendo
Que me dará su favor.

ATALANTA:

(Aparte.)
De cuantos mancebos vi,
Ninguno así me agradó.
¡Nunca yo le agrade así!
Que aunque más le quiera yo,
El jamás me quiera a mí.
  ¿Quién ha visto no querer
El que quiere ser querido?
Pues en mí se viene a ver,
Porque ha de morir vencido,
Y no he de ser su mujer;
  Pues dejarme vencer yo
Y perder mi honor, no puedo.

HIPÓMENES:

 (Aparte.)
Si amor se determinó,
¿Por qué me detienes, miedo?
Nunca quien amó temió.
  ¿Quiero? Sí. Pues ¿cómo temo?
¿Temo? No. Pues ¿en qué cosa
Reparo, si en el extremo
Desta luz soy mariposa,
Y a cada vuelta me quemo?
  ¡Oh tú , que en belleza igualas
El sol, de su luz vestida,
Que por los ojos exhalas,
Llévame también la vida
Donde me quemas las alas!
  Doncella hermosa, o deidad
Divina, que en sombra humana
Disfrazas tu claridad,
A tu vista soberana
Se presenta mi humildad.
  El premio de tu hermosura
Me anima a perder la vida,
Que por el bien que procura,
Es más inmortal perdida
Que la del alma segura.
  Si te venzo y te poseo,
No porque eres celestial
Desprecies mi buen deseo;
Que soy, aunque soy mortal,
Hijo del rey Megareo.
  De mi amor me maravillo
Cómo aspiro a tanta gloria;
Mas ya vencido, me humillo.
Corramos: tú a la victoria,
Y yo, señora, al cuchillo.

ATALANTA:

  Mancebo, cualquier que seas,
Gran lástima tengo en ver
Que a ti mismo no te veas,
Pues pudiéndote querer,
Otra hermosura deseas.
  Si no te dueles de ti,
Ten de tus padres dolor;
Que ya veo desde aquí
La fuerza de su rigor
Por el que me das a mí.
  Si es mostrar que amor me tienes,
Yo le creo sin probar
El ánimo con que vienes.

HIPÓMENES:

Con mostrarme ese pesar,
Más me animas que detienes.
  Si primero que supiese
Que te agradaba, te di
El corazón, no te pese
De que quien te agrada a ti
Lo que le has dado te diese.
  Ya no hay remedio : más quiero
Que vivir sin ti, morir.
Si de amor por verte muero,
¿Qué más morir que vivir
Adonde la muerte espero?
  Corramos, y los despojos
Goza, y no te cause enojos;
Que yo gusto, y justo es,
De que mates con los pies
Lo que abrasas con los ojos.

ATALANTA:

(Aparte.)
¡Que sea tan desdichada
Y de tan contraria suerte,
Que de lo que más me agrada,
Para su temprana muerte
Sea mi hermosura espada!
  Vete, mancebo, y no quieras
Pagarme mal este amor:
Mira que la muerte esperas.

HIPÓMENES:

Yo he de morir.

ATALANTA:

¡Qué dolor!
¡Qué mal tu edad consideras!

HIPÓMENES:

  Acaba ya.

ATALANTA:

Yo no quiero.
¡Jueces!...

HIPÓMENES:

¿O es ley, o no?

MENANDRO:

Ley es.

HIPÓMENES:

Pues si es ley, ¿qué espero?
Vencida se confesó.

ATALANTA:

(Aparte.)
Hoy le doy la muerte, hoy muero.

HIPÓMENES:

  ¿Qué respondes?

ATALANTA:

Que a correr
Vamos, pues quieres morir.

HIPÓMENES:

Ve adelante.

ATALANTA:

¿Qué has de hacer?

HIPÓMENES:

Mi persona prevenir.

ATALANTA:

¡Cielos, dejalde vencer!

Vanse todos menos Hipómenes.


HIPÓMENES:

  Ya parte a la carrera,
Ya con pecho brioso
Desnuda el cuerpo hermoso,
Para quedar ligera.
  Ya bulle, con los velos
Enamorado el aire.
¡Qué gracia! ¡Qué donaire!
De todos tengo celos.
  ¡Oh! ¡Quién cegar pudiera
A cuantos han mirado
El cuerpo delicado
De aquella hermosa fiera!
  Deidades de los cielos,
Debeisos de reir;
Que estoy para morir,
Y me muero de celos.
  No dirá amor, si advierte
Lo que estoy esperando,
Que voy de espacio amando,
Pues corro hasta mi muerte.
  De morir no me pesa;
Que si vencer deseo,
Es por el bien que veo
De tan gloriosa empresa.

HIPÓMENES:

  Venus, reina divina,
De amor estrella pura,
Que al sol por su hermosura
Su rayo siempre inclina;
  Soberano planeta,
Que amor al hombre influyes,
Tú que de ingratos huyes,
Mi ruego humilde aceta.
  Dos palomas ofrezco
A tus aras sagradas,
De oliva coronadas,
Si tanto bien merezco.
  De mis años te duele
Y de mi padre anciano;
Que no me queda hermano
Que su vejez consuele.
  Si amaste , Venus bella,
Mira la pena mía,
Y en este mar me guía
Como divina estrella.

Venus, que baja del cielo en una nube cerrada,
de la cual salen muchos pajarillos.
Algunos cupidillos en la nube. Música. Hipómenes.
VENUS:

  Hipómenes, yo vengo enternecida
De tus ruegos y lástimas, y quiero
Darte favor y remediar tu vida
Con una industria en que tu bien espero.
Atalanta no puede ser vencida,
Porque el viento veloz no es tan ligero.
Sobre los trigos, con destreza extraña,
Camina sin doblar la débil caña;
  Pero con estas tres manzanas de oro,
Así la vencerás en la carrera.
En viendo la ventaja, su decoro
Descompondrás echando la primera;
Si ves que la codicia del tesoro
La vence, la segunda y la tercera
Podrás echar; que mientras va por ellas,
Podrás dejar atrás sus plantas bellas.
  Con esto, al palio llegarás primero,
Gozando el premio que mil vidas cuesta.

HIPÓMENES:

¡Reina de las estrellas, y lucero
Que aposentas al sol cuando se acuesta,
Madre de amor, retrato verdadero
De la piedad , los cielos hagan fiesta
A tu nombre divino, y los amores
Siembren sobre la tierra oliva y flores!
  Por ti vive la paz, por ti se aumenta
Y propaga el linaje de los hombres;
El ave vuela, el árbol se sustenta,
Y hasta las fieras de temidos nombres.
Dame licencia, y a mi curso atenta,
Turba el suyo ligero.

VENUS:

¡No te asombres!
Que vencerás si mi consejo tomas.

HIPÓMENES:

Tuyas serán dos candidas palomas.

Súbese Venus en la nube al son de música,
y vase Hipómenes.
Cupido, Narciso, Jacinto y Ganimedes.
JACINTO:

  ¿A qué habemos de jugar?
Diga Cupidillo un juego.

CUPIDO:

Mis juegos todos son fuego.
¿Para qué os queréis quemar?

GANIMEDES:

  Dile tú, Narciso.

NARCISO:

¿Yo?

GANIMEDES:

Tú, pues...

NARCISO:

Vaya al esconder.

CUPIDO:

No soy dése parecer.

JACINTO:

Al esconder, ¿por qué no?

CUPIDO:

  ¿No soy amor?

JACINTO:

Es verdad.

CUPIDO:

Pues cosa imposible ha sido
Estar amor escondido;
Que el fuego da claridad.

JACINTO:

  Ganimedes diga un juego.

GANIMEDES:

Juguemos a la gallina
Ciega.

NARCISO:

Bien; echo la china.

JACINTO:

¿Para qué? Cupido es ciego.

CUPIDO:

  Aunque ciego, Dios me guarde.

NARCISO:

¿A quién toca como a ti?

CUPIDO:

No me hagáis gallina a mí,
Porque no hay amor cobarde.

NARCISO:

  Di tú, Jacinto, algún juego.

JACINTO:

Juguemos a la palmada.

CUPIDO:

Ninguno desos me agrada;
Todos son juegos de ciego,
  Y no quiero juego yo
Que tanto imita los celos.

NARCISO:

¿Cómo?

CUPIDO:

Todos son desvelos,
Y adivina quién te dio.

JACINTO:

  ¿Ningún juego te da aliento?
Ya es ese mucho rigor;
Pero basta ser tú amor
Para nunca estar contento.

CUPIDO:

  Juguemos al abejón.

GANIMEDES:

Para ti es de gusto, hermano;
Que al que coges a tu mano
Le das lindo bofetón.

NARCISO:

  Juguemos a los señores.

CUPIDO:

Donde hay amor no hay señor,
Que todo lo iguala amor:
Por eso, no te enamores.

GANIMEDES:

  Juega al toro de las coces.

CUPIDO:

Soy amor: no quiero toro,
Y más, coces.

NARCISO:

Eso ignoro.

CUPIDO:

Es porque no me conoces.

NARCISO:

  ¿No es mejor ir a coger
Fruta a alguna huerta?

JACINTO:

Sí.

GANIMEDES:

¿Habrá fruta por aquí?

JACINTO:

En Chipre, ¿no la ha de haber?

NARCISO:

  Espérate, Ganimedes;
Que allí he visto una colmena.

GANIMEDES:

¿Tiene miel?

NARCISO:

Toda está llena.

GANIMEDES:

¿Saltarás tú las paredes?

NARCISO:

  Si tú te pones a gatas,
Pondréme de pies en ti.

JACINTO:

Paso: un pastor viene aquí;
No te entienda lo que tratas.

Frondoso, Cupido, Narciso,
Jacinto y Ganimedes.
FRONDOSO:

(Aparte.)
Después que el señor Apolo
Estuvo conmigo airado,
Ando por aqueste prado
Afligido, triste y solo.
  Díjome, por maldición,
Que a nadie parecería
La forma que antes tenía:
¡Bien castigó mi intención!
  Desde entonces no he dejado
Fuente, ni aun arroyo dejo,
Que no me sirva de espejo:
En su cristal me traslado.
  Pero en unas me parezco
Elefante, en otras toro:
Yo ¡triste! aflíjome, lloro,
Y en extremo me entristezco.
  Huyo de mí por no verme;
Mas viendo que voy conmigo,
Dejo lo mismo que sigo,
Y comienzo a enloquecerme.
  ¡Oh Apolo! De tu justicia,
A tu piedad santa apelo.
¡Oh, cuánto castiga el cielo
Un pecado de malicia!
  Confieso que fue maldad;
Mas tú eres Dios , yo soy hombre;
La diferencia del nombre
Ha de obligar tu deidad.

GANIMEDES:

  ¡Ay, Jacinto! Allí, ¿no estaba
Un pastor?

JACINTO:

Allí le vi.

NARCISO:

¿Volvióse culebra?

CUPIDO:

Sí.

GANIMEDES:

¡Oh, qué culebra tan brava!
  Huye, Cupido.

FRONDOSO:

¿Qué es esto?
Culebra dicen que soy.
A verme a esta fuente voy.

Vase.
Cupido , Ganimedes , Narciso y Jacinto.
JACINTO:

Arma el arco, tira presto.

CUPIDO:

  ¡Oh, si esta sierpe matase
Como Apolo!

NARCISO:

Ya se huyó.

CUPIDO:

Luego ¿no le tiró?

NARCISO:

No.

CUPIDO:

Miedo tuvo que tirase.

JACINTO:

  Deso las fuerzas se arguyen
De tus manos rigurosas,
Pues las sierpes venenosas,
Amor, de tus flechas huyen.
  Trepemos a la colmena;
No hay de qué tener temor.

GANIMEDES:

Llega desta parte, Amor.

CUPIDO:

¡Oh, qué linda miel!

NARCISO:

¿Es buena?

CUPIDO:

  ¡Ay, ay, ay!

GANIMEDES:

¿Qué es eso?

CUPIDO:

¡Ay, madre,
Que una déstas me picó,
Que andan en la miel!

JACINTO:

Pues yo
Oí decir a mi padre
  Que, sacando lo que deja,
Cesa el dolor.

GANIMEDES:

¡Ay, Narciso!
Que huigamos de aquí te aviso,
No te pique alguna abeja.

NARCISO:

  Vamos, Jacinto.

GANIMEDES:

También
A casa me quiero ir.

Vanse Jacinto , Ganimedes y Narciso.
CUPIDO:

¡Ay Dios, que me he de morir!
¡Tanto mal en tanto bien!
  ¿Esto es miel? ¿Esto es dulzura?
¡Qué amarga pena que cuesta!
¿Esta es miel? Ponzoña es ésta,
Engaño y traición segura.
  ¡Ay! ¿Qué haré, triste de mí?
Hinchado se me ha la palma.
¡Ay, que si lo sabe el alma,
Se me saldrá por aquí!

Vase.


Venus y Cupido.
VENUS:

  Cansada estoy de buscarte.
Yo juro que he de ponerte
A la escuela, por hacerte
Bueno a puro castigarte.
  ¿Dónde has estado perdido?
En las espaldas te quiero
Poner, Cupido, un letrero.
Ya no es Amor conocido:
  Como reina el interés,
No saben quién es Amor.

CUPIDO:

¡Ay, qué terrible dolor!

VENUS:

¿De qué lloras?

CUPIDO:

¿No lo ves?
  Por los jardines de Chipre,
Madre, andaba divertido,
Entre las flores y rosas
Jugando con otros niños.
Cuál trepa por algún sauce,
Presumiendo alcanzar nidos;
Cuál hace jaulas de juncos
Por coger los pajarillos;
Cuál coge verdes almendras,
Cuál blancas flores de espinos,
Cuál entreteje guirnaldas
De rosas y azules lirios,
Cuando en unos corchos altos,
Los sabrosos edificios
De cera y miel nos llamaron
Con sus panales nativos.
Púsose Jacinto a gatas;
Comenzó sobre él Narciso
A ver si sacar podía
La miel por algún resquicio...
Yo, ¡triste! que siempre fui
Para mi gusto atrevido,
Metí la mano en el corcho...

VENUS:

¡Qué notable desatino!

CUPIDO:

Madre mía, una avecilla
Que apenas no tiene pico,
Me ha dado el mayor dolor
Que pudiera un áspid libio.
Ves aquí, madre, la mano.
Ponme un paño. Estoy perdido.
Cúrame presto, ¡ay de mí!
¡Presto, presto!

VENUS:

No des gritos,
Sino advierte que tú eres
Niño pequeño. Cupido,
Y que, en picando en los ojos
Como fiero basilisco,
Dejas en el alma y pecho
Más fuego que en el abismo.
Y eres tan cruel tirano,
Que a mí propia me has herido,
Con ser tu madre: y así,
Te ha dado el cielo el castigo.
De Adonis me enamoraste...
¡Muerta estoy, pierdo el juicio!
Celos de las ninfas tengo
Deste bosque y deste río.
A buscarle vengo aquí
Por tu ocasión, enemigo:
¡Plegué al cielo que te vea
Puesto en el mismo peligro:
Que, siendo amor, te enamores,
Porque mueras en tu oficio,
Y no maldigan los hombres
Mi vida por tus delitos!
Que no hay mujer que no diga,
De las que una vez te han visto,
Que no está por ti sin fama,
Desde Lucrecia hasta Dido.
Por ti Roma, España, Troya...

CUPIDO:

Quedo, madre, que yo os digo
Que no soy sólo el culpado
De tus locos desatinos.
Todos se quejan de amor:
Ya he visto versos y libros,
Porque todas sus flaquezas
Quieren disculpar conmigo.
¿Qué importa que yo os provoque,
Si tenéis libre albedrío?
Pero no hacéis resistencia
A vuestro propio apetito.
Yo iré a vengarme de vos:
Sabrá Marte y el Sol mismo
Lo que pasa con Adonis.

Vase.
VENUS:

Oye, vuelve. Espera, niño.
Fuése. ¿Hay tal atrevimiento?
Pues ¡por Júpiter divino,
Que te has de acordar de mí
Si otra vez los cielos piso!

Frondoso y Venus.
FRONDOSO:

  ¿Hay ventura tan alta ni tan célebre?
En efecto, las cosas más difíciles
Tienen su fin; que a todo llega un término.

VENUS:

Frondoso, ¿de qué vienes tan atónito?

FRONDOSO:

Pastora celestial, belleza angélica,
¿Quién eres tú que de mi nombre rústico
Te has acordado, cuando aquestos bárbaros
Me tienen por león, por sierpe rígida,
Que unos me llaman toro y otros sátiro?

VENUS:

Una extranjera soy, que de las márgenes
Del Erimanto vine a vuestros límites.

FRONDOSO:

Si no eres Venus o la luna errática,
Ariadna serás, serás Andrómeda,
Imagen ya de la celeste máquina.
Mas pues que te disfraza el mortal hábito,
Oye el suceso en este breve epílogo.
Atalanta veloz, que huyendo el tálamo
Vino por estos bosques, siempre indómita;
La que, como has oído, fue tan áspera,
A cuantos en el curso ligerísimo
Pudo vencer, dio en pena muerte infelice.
Corrió esta tarde con el bello Hipómenes;
Pero valióse de una industria el Príncipe,
Que tres manzanas, más que las Hespérides,
Que Medea guardó con arte mágica,
Le fué arrojando entre las plantas ágiles;
Con que, mientras la ninfa iba cogiéndolas,
Ganó el laurel tan digno de sus méritos.
Diéronsela sus padres sin escándalo,
Y celebróse allí la boda espléndida,
A que han venido en infinito número
Habitadores destos campos fértiles.
Esta es historia digna de corónica.
Dadme licencia, pues están pacíficos,
Que desta fuente en el cristal diáfano
Que corre entre los pies de aquellos árboles,
Pues ya que me llamáis mi nombre y título,
Me vaya a ver con miedo de un oráculo
Que me ha representado en mil imágenes.

VENUS:

Guíete amor.

FRONDOSO:

Y cumpla tus propósitos.

Vase.
VENUS:

Huélgome que Atalanta, ya doméstica,
Sea de amor por mis ardides víctima.
Eso me debe Hipómenes solícito.
Bañen mis aras dos palomas candidas,
Cante su amor en dulce voz Calíope,
Desde el blanco alemán al negro etíope.
Hipómenes y Atalanta, sin ver a Venus.

HIPÓMENES:

  Dulcísima esposa mía,
Que mil años guarde el cielo
En mi alegre compañía;
Sol que has dado en mortal velo
Envidia al que alumbra el día:
  Tan rico de tu hermosura
Voy por aquesta espesura,
Que se para, al ver que llevo
Otro más hermoso Febo,
La celeste arquitectura:
  No venció mi ligereza
La tuya; venció mi amor,
Que siendo igual en grandeza
Al sol, pienso que es mayor
Que tu divina belleza.
  Vencí, Atalanta, vencido:
Victorioso y preso voy.

ATALANTA:

Mi bien, la vencida he sido:
Yo confieso que lo estoy,
Y que amor lo ha permitido.
  Antes de vencer, venciste,
Porque desde que te vi,
A tu valor me rendiste:
A correr vencida fui,
Y tú victorioso fuiste.
  No fue codicia del oro
De las manzanas, mi bien;
De ti sí, que eres tesoro
De mayor valor, y a quien
Por oro del alma adoro.

HIPÓMENES:

  Pues ¿qué piensas tú que fueron
Las manzanas que la palma
De la victoria me dieron?
Las tres potencias del alma,
Que tus desdenes vencieron.
  La primera, que a tu gloria
Ofrecí, sin libertad
Para tan alta victoria,
Fue mi ciega voluntad;
La segunda, mi memoria..
  Pero pienso que hablo a tiento;
Que creo que la primera
Fue, esposa, mi entendimiento;
Porque si no te entendiera,
No amara con fundamento.
  De entenderte nació amarte;
Pero mira que he de hablarte
En cosas de amor aquí;
Del cielo, a quien te pedí,
Vengo, Atalanta, a celarte.
  Estos árboles no son,
Por ser deste monte sendas,
Buenos en esta ocasión:
Aquí hay un templo.

ATALANTA:

No ofendas
Su divina religión;
  Mira que de Venus es.

HIPÓMENES:

¿Qué es Venus?

ATALANTA:

Venus es diosa,
Y reina de amor.

HIPÓMENES:

Después
Que yo te vi más hermosa,
Pongo esa diosa a tus pies.
  No hay Venus ya, ni de amor
Otra diosa que Atalanta.

VENUS:

(Aparte.)
¡Qué bien me paga el favor!
¿Hay descortesía tanta?
¿Hay ingratitud mayor?

HIPÓMENES:

  ¿Sabes, mi bien, que quisiera
Ver esa Venus aquí,
Porque confesar la hiciera
Que eres más bella, y que a ti
El arco y flechas te diera?
  Que tú has de matar de amor;
Porque Venus, que le vende
Por interés, ¿qué valor
Puede tener, pues ofende
Su calidad?

VENUS:

(Aparte.)
¡Oh traidor!
  ¡Oh costumbre de los hombres,
El pagar los beneficios
Con estos ingratos nombres!
¿Estos son los sacrificios?

HIPÓMENES:

Vamos, mi bien: no te asombres,
  Que no hay dioses en la tierra
Que puedan hacerme guerra
Donde tengo tu hermosura.

Éntranse en el templo Hipómenes y Atalanta.


VENUS:

¿Hay mayor descompostura?
A poder decir que yerra
  En alguna cosa el cielo,
Fuera en no haber destruido
Con agua o con fuego el suelo.
¡Bien lo tengo merecido,
Pues en su bien me desvelo!
  ¡Traidor, mis manzanas de oro
Te han dado a Atalanta bella,
Y así tratas mi decoro!
Mas no vivirás con ella,
Por la vida a quien adoro.
  ¡Vive Adonis, que he de daros
La pena que merecéis,
Y en leones transformaros,
Para que al mundo le deis
Con dos ejemplos tan raros!
  Salid luego de mi templo,
Dejando la humana forma,
Pues tan fieros os contemplo:
Esa figura os conforma.
Servid, ingratos, de ejemplo.
Salen del templo dos leones
que se echan a los pies de Venus.
  No hay que moverme con llanto.
Por esos montes huid,
Dando a las fieras espanto:
Entre ellas siempre vivid,
Pues las parecisteis tanto.
  ¡Qué triste estoy! Buscar quiero
Mi sol, que con él confío
Templar este enojo fiero.
Amanece, Adonis mío,
Si soy tu amado lucero.