Al autor del mar

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​Al autor del mar​ de Mariano Melgar
Oda IV.


¡Que grande, que estupenda maravilla!
Asombroso crear! El pensamiento
Se abisma.... ¡Oh, elemento!
¡Oh, grandeza en que brilla
Sin poderse borrar, en sumo grado
La grandeza del Dios que la ha creado!

El mar inmenso viene todo entero,
Ya parece tragarse el continente,
Aviva su corriente,
Y en eterno hervidero
Choca, vuelve á chocar: ya sobre el mundo
Mayor que el primer golpe dá el segundo!

Porque una peña firme le resiste,
Contra ella va, la mina, la combate;
Si su furor rebate,
Con furor nuevo insiste,
De un salto dan sus aguas en la peña,
Y un salto á otro más algo las empeña.

En su batir, de ruido el aire llena;
Con un alma eternal vivir parece;
Si se estrecha, si crece,
Susurra siempre y truena;
Y en las colinas que le ven temblando
De una á ora el eco corre retumbando.

¿Cómo es que dura aún la debil tierra
Si todo un mar insiste en destrozarla?
¿Quien puede sustentarla
En su incesante guerra?
Ya deberia toda deshacerse
Y á este impulso en arenas resolverse.

Pero nó: las arenas deleznables
Se juegan con el mar y su bravura:
La infinita llanura
En iras implacables
Sale y arrasa todo... dió en la arena,
Ya no es más: besa humilde su cadena!

Así lo mandó el Ser que no quería
Que el grande mar su imperio le usurpase,
Él mandó que no pase:
Sinó, ya se vió un dia
Que alzó su ley, y el Rímac profanado
Sal bebió, hacia los Andes rechazado.

Sabias leyes mandó que obedeciera
Para que al hombre sirva y no amedrente:
Y humilde y obediente
Desde la vez primera
No osa salir, ni sabe otro camino
Que el señalado por su autor divino.

Aunque la luna por sobre él pasando
Quiera llevarse su caudal, y eleve
Sus aguas, porque pruebe
Resistir aquel mando,
No lo hará: ántes aumenta su muralla,
Y á par de su furor crece la valla.

Por la exterior corriente las oleadas
Vendrán más y más fuertes hácia dentro;
Pero ellas á su centro
Volverán humilladas:
Una á otra han de cortarse la corriente
Y servirse de grillos mutuamente.

Cuando más aguas levantando vienen,
Ya las otras cejando se retiran;
Y como opuestas giran
Se chocan, se retienen,
Las de allá se alzan más, con fuerza tanta
Que al desplomarse su furor espanta.

Revuelven las arenas con su espuma,
Y encrespadas la playa van trepando;
Poco á poco calmando
Su peso las abruma
Rueden á engrillar á otra, y de esta suerte
Solo es para un placer su enojo fuerte.

Blanca toda la orilla se presenta:
Es un gusto á las olas acercarse,
Seguirlas, retirarse;
Y mirar cómo aumenta
Su reflejo, la luz que viene dando
El sol en las de atras reverberando.

A ponderar entónces nos convida
Los bienes que produce en todo el mundo;
Cómo riega fecundo
La tierra, y nos dá vida;
Y cómo sin él fuera el continente,
Pavoroso desierto solamente.

De aquí hasta donde raya el horizonte
Se vé criar la blanquecina nube:
Se exala, crece y sube;
Y al valle, al prado, al monte
Vá á dar frescura y riego, y sus corrientes
Sustentan y producen los vivientes.

Por hacer sus influjos inmortales
En las altas montañas se recuestan;
Y en sus senos aprestan
Los inmensos raudales
Que socorren al Chili miserable
Y hacen al Marañon tan respetable.

El mar, aun al que habita algun planeta
Quiere auxiliar á donde el sol no alcanza:
Allá la luz se avanza
De esta llanura inquieta;
Y para el que en la luna luz no viera;
La tierra es por su mar grande lumbrera.

¿Pero es dado á un mortal cantar los bienes,
Oh, Mar, que en tí dejó la Providencia?
De su dulce clemencia
Tú mil tesoros tienes.
Ah! por tí al Nuevo Mundo pasó un dia
El mayor bien que un Dios hacer podía.

Eterno Rey del mar: solo tu ciencia
Dará á tu don su precio verdadero.
Yo en tanto añadir quiero
Este himno á tu clemencia.
Cuando al profundo mar me haya entregado,
No niegues á tu hechura tu cuidado.