Al coronel D. Mariano Ignacio Prado
¿Y a los mismos que ayer de grave yugo
libertaron la patria, hoy de las leyes
la augusta voz enmudeciendo, plugo
darte un poder mayor que el de los reyes?
El más audaz espíritu vacila
entre uno y otro parecer opuesto,
viendo que empuñas el poder de Sila,
si fausto alguna vez, ¡cuántas funesto!
Suspensa entre el temor y la esperanza,
no sabe el alma si suspire o ría:
haz que incline y que rinda la balanza
el peso vencedor de la alegría.
Firmes advierte el mundo los primeros
pasos que imprimes: más la senda es larga;
do quier la rompen precipicios fieros;
y tu hombro oprime ponderosa carga.
De haber fiado su destino a un hombre
no hagas que gima un pueblo arrepentido:
tu blando imperio, bajo duro nombre,
el alma alegre, si ofendió el oído.
Nombre al pueblo más dulce haz que te cuadre,
y en el Indio postrero abraza un hijo:
haz qua la patria te apellide padre:
prueben los hechos lo que el labio dijo,
cuando, desde el balcón de tu morada,
cual vivo mar que enmudeciera atento,
inmensa multitud, alborozada
hablar te oyó con paternal acento:
¡muestra a la patria «que el peruano escudo
está en tu amante corazón impreso»;
yo te escuchaba pensativo y mudo,
y que lloré, al oírlo, te confieso!
Mas, aunque afecto tal tu voz nos muestra,
con prudente temor empero viendo
que hoy no usado poder arma tu diestra,
necesario tal vez, pero tremendo,
la voz del bardo impávida te grita
que, aunque enmudezca ahora y sea vana
mudable ley en el papel escrita,
hay otra ley eterna y soberana:
ley que borrar no puede dedo humano
y que al monarca y al jüez sentencia,
porque la escribe la divina mano
en su invisible libro: la conciencia.
De esa ley inmortal siempre obediente
sé a las eternas prescripciones santas:
¡Ay de ti, si la olvidas indolente,
o si con torpe mano la quebrantas!
No, así al hablarte, te demando excusa,
ni teme el alma que mi voz te hiera;
digno te juzga la severa Musa
de oír la voz de la verdad sincera.
Tu alma, prendada de la gloria, tema,
el nombre tema de opresor nefario,
y de la justa Historia el anatema
que al vencedor te igualará de Mario.
Pronto de Sila al usurpado imperio
vio suceder la tierra, ya latina,
la infame tiranía de Tiberio
y del hijo demente de Agripina.
¿Qué vale, dime, que el tirano muera,
si vive su memoria aborrecida
y si, para execrarle justiciera,
le da la Historia perdurable vida?
Mas no a castigo tan remoto apelo:
cercano te le anuncio y vaticino,
si no cumples la ley que el Patrio suelo
llama a glorioso singular destino.
Cuando a la dada fe no correspondas,
tome las justas iras populares
muy más terribles que las ciegas ondas
que airados alzan tempestuosos mares.
No te envanezca peligroso mando,
ni el esplendor de pasajera pompa;
ni con su halago tan oculto y blando
el postrador deleite te corrompa.
¡Ah!, no te fíes en grandeza humana:
lo que hoy iluso dueño eterno nombra,
sin dejar huellas, pasará mañana,
rauda nave, humo leve, vana sombra.
¡El jefe vil que la suprema silla
sólo ayer mancillaba, te recuerde
cómo la inestable suerte nos humilla,
un prestado poder cómo so pierde!
¡Cuántos la patria nuestra semejante
de un gran teatro a la mudable escena,
vio nacer y morir en el instante,
torres alzando en movediza arena!
Y fuera aquí delirio tan insano
firme esperar y duradero asiento,
como pedir firmeza al océano,
como constancia demandar al viento.
No tan fieros los Ábregos y Notos
el mar revuelven, ni de ruinas tantas
cubren los espantables terremotos
este suelo que huellan nuestras plantas,
cual de revoluciones agitada
es nuestra triste patria, y combatida;
fijo y en pie no persevera nada:
todo es mudanza y súbita caída.
Mas no siempre será: mintió mi verso,
si predijo inmortal hado tan crudo;
y, si tú no eres a tu estrella adverso,
podrás tú solo lo que nadie pudo.
Componer de discordes elementos
la antigua confusión y la pelea,
calmar las olas y adormir los vientos,
a ti da el cielo que posible sea.
Tú del rugiente tenebroso seno
de un caos tan inquieto y tan profundo,
sacar pudieras, de armonía lleno,
de luz, de paz y de ventura, un mundo;
mundo feliz que, libre de tiranos,
locas Revueltas con su voz no asorden,
y donde unidos, como dos hermanos,
reinen sin fin la Libertad y el Orden.
Mas escucha: primero que el Estado
sobre inmóviles bases constituyas,
al aleve extranjero escarmentado
dejen por siempre las hazanas tuyas.
De Bolívar la fausta dictadura
Ayacucho nos dio, tumba de hispanos:
tú segundo Bolívar ser procura,
y otro Ayacucho glorïoso danos.
El regocijo y el clamor presento
en tu alma encienda, de la gloria amante,
la sed de dar a la peruana gente
júbilo igual en día semejante.
¡Ah! ¡no en vano en tu pecho mi voz siembre,
y traiga el año otro glorioso día,
claro rival del nueve de Diciembre,
y nuevo orgullo do la patria mía!
Del negro oprobio que su lustre empaña
del Sol a la Matrona tú redime,
y de la injuria que nos hizo España
alcanza ser el vengador sublime.
Y pues «la patria bicolor bandera»
dices que «el tierno corazón te envuelve»
su mengua siente, y su beldad primera
y su candor perdido le devuelve.
Al vivo afán con que lavarla intentes
sus aguas todas te darán en vano
claros arroyos, cristalinas fuentes,
lagos y ríos, mares y océano.
Devolverle su prístina blancura
sólo un baño pudiera, una agua sola:
sólo una agua de mancha tan impura
la pudiera limpiar: sangre española.
Si tanto alcanzas, y al Ibero trono
escarmienta tu enojo y tu castigo,
de dictador el nombre te perdono,
y a ti me postro y tu poder bendigo.
Pulsando entonces armoniosa lira,
mi generoso numen abrasado
del entusiasmo en la Celeste pira,
e nombre al cielo encumbrará de Prado;
y audaz hollando solitaria senda,
desatará con labio resonante
sublimes cantos que la Fama aprenda
y en su trompeta sonorosa cante.
Diciembre, 9 de 1865.