Al niño Alfredo de H. y R.

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​Al niño Alfredo de H. y R.​ de Alejandro Tapia y Rivera


Cabe el materno tálamo
se mece blanda cuna,
los dos amantes cónyuges
invocan la fortuna
con celestial cariño
para el dormido niño:
él sueña con los ángeles
que acaba de dejar.


Del niño el blando éxtasis
se ve en el rostro tierno
un voto amante, cándido
se pinta en el materno;
del padre en el sombrío
un pensamiento pío...
¡Que quiera Dios benéfico
sus votos escuchar!


De aquella el voto místico
gratísimo se encierra
en dar cual numen célico
un ángel a la tierra;
del padre el pensamiento
agítase violento:
que un hombre al mundo mísero
ha dado con su amor.


Al valle de las lágrimas
sé, Alfredo, bienvenido,
que sin espinas hórridas,
como en jardín florido
la vida te sonría,
y el sol de la alegría
te luzca siempre diáfano
sin nubes de dolor.


No quiero que maléfico
te inspire del poeta
el genio triste, indómito
que anubla su alma inquieta;
el numen que su lira
con fuego sacro inspira
con duelos amarguísimos
le enluta el corazón.


No quiero que, aunque espléndida
la lumbre de la gloria
te arrastre a senda ríspida
tras póstuma memoria;
tan fúlgida diadema
la sien ardiente quema,
y es sed horrible, hidrópica,
la sed de la ambición.


Que no te incite el mágico
lucir de la riqueza;
pues la codicia sórdida
del alma la belleza
deslustra y oscurece,
y en ella no florece
el árbol que da vívido
la dulce caridad.


De aquella el cielo líbrele,
letal sabiduría,
que al genio da sacrílego
altar de idolatría;
no mira en el humano
un corazón de hermano
y rinde culto al ídolo
de ufana vanidad.


Y si la senda plácida
de tu preciosa vida
de los abrojos ásperos
se viese entorpecida;
como el acero, en dura
se trueque tu alma pura
y pueda firme, intrépida,
la lucha provocar.


No brilles como un Sócrates
ni un Redentor Mesías
si el tiempo de los mártires
no es dado ya a tus días;
espléndido, divino
de aquellos fue el destino;
mas triste es en un Gólgota
morir... y no salvar.


Que digna sea y magnánima
tu ciencia, dulce niño;
que brille, sin crepúsculos
tu corazón de armiño;
no seque el pensamiento
la flor del sentimiento
y triste el hombre inspírete
cariño y compasión.


Y cuando el tiempo alígero
tras existencia pura
te lleve al yerto ámbito
de la región oscura,
familia, patria y hombre
den lauros a tu nombre
y clamen los arcángeles:
¡Alfredo, bendición!



(Habana, Noviembre 1862.)