Al sol (3 Althaus)
Glorioso te proclaman las auroras
cuando naces, cual vástago imperial
y enciendes con tus luces y coloras
el dilatado pórtico oriental.
Huye la fría lóbrega tiniebla,
huye el sueño tu alegre rosicler,
y el orbe todo de rumor se puebla
de luz y de colores por do quier.
Te ensalzan los ardientes mediodías,
cuando desde el cenit abrasador
sobre la tierra fatigada envías
mares de luz y de insufrible ardor.
Y te enaltecen las purpúreas tardes
cuyo rostro coloras de carmín,
cuando del cielo como el rey aún ardes,
y es el de un dios tu esplendoroso fin.
Y aun las noches, calladas pregoneras
de tu grandeza y de tu gloria son,
que el brillo de sus pálidas lumbreras
es de tu ausencia generoso don.
Mueren a tu glorioso nacimiento,
náufragas en el mar de tu fulgor;
y en el vasto desierto firmamento
dominas, solitario emperador.
Sólo reinar sin compañía alguna
a tu inmensa grandeza le está bien,
desdeñando el cortejo que a la luna
forman claras estrellas cien y cien.
Ni de luciente corte necesitas,
que, solo, al día más fulgores das
que, juntas, sus estrellas infinitas
dan a la noche que se enciende más.
¿Qué mucho, si tan bello y tan fulgente
y tan fecundo y bienhechor te ve,
que dios te juzgue la sencilla gente
que el sol no alumbra de celeste fe?
Y esta región que sobre todas amas
y en quien viertes tus dones sin cesar,
¿Qué mucho fue que a tus divinas llamas
en áureo templo consagrase altar?
Todo süave fruto le sazona
y toda mies lo enrubia tu calor,
y por ti a su magnífica corona
ni hermosa falta ni fragante flor.
No más puro zafir cobija al hombre,
ni en más verde jardín estampa el pie:
ella entre todas mereció tu nombre,
y tuyo el nombre de sus hijos fue.
¡Cuántos siglos tu luz la contemplaba
ser del Sur la triunfante emperatriz!
Mas la viste después vencida esclava
a quien hollaba Iberia, la cerviz.
Y de su redención fuiste testigo;
mas ¡ay! de bien tan único a pesar,
la viste insana combatir consigo,
y sus propias entrañas desgarrar:
imprimiendo, alentado, a su bandera
el mismo crudo y bárbaro opresor
el torpe ultraje de que el mundo espera
el sangriento, castigo vengador.
(1865)