Al vapor
Duerma ya el viento en el marino llano;
que la nave, desnuda de la vela
que su soplo impelió, rápida vuela
sin su socorro vano.
Tú a su gigante mole das una alma,
un impaciente espíritu de fuego,
que no se cura del tenaz sosiego
de la más muerta calma.
Y en vez del ala de turgente lino,
moviendo rauda cortadora rueda
y alzando espuma férvida, remeda
vasto coche marino.
No el noble bruto en largo viaje siga
cansando el brio de su ardor bizarro,
que a ti, cautivo en el volante carro,
jamás domó fatiga.
Por ti la larga encadenada fila,
cuyo rodar, competidor del vuelo,
doble metal angosto y paralelo
afianza y encarrila,
semeja extraño monstruo, inmenso y vivo,
que, cual la hermana máquina marina,
por propio impulso y voluntad camina,
majestuoso y altivo.
Y el humo denso, que en vagante espira
sonando sube por el roto viento,
es el espeso entrecortado aliento
con que el monstruo respira.
Domador de la tierra y océano,
a tu conquista voladora breves,
que nuevos monstruos en su seno mueves,
hijos del arte humano;
del Austro al Aquilón rápido lleva,
lleva desde la Aurora al Occidente
de la verdad la luz resplandeciente
a tantos pueblos nueva.
Y cual del Sol el fulgoroso coche,
el carro o nave que tu fuerza guía
do quier convierta en refulgente día
las sombras de la noche.